EL MIRADOR

El arte de las ferias

Carmen Pérez Ramírez

Carmen Pérez Ramírez

Nuestra lengua tiene la cualidad no solo de ser explícita en sus definiciones de manera precisa, sino también de poder conjugar ironías y sarcasmos. Un divertimento para explayarnos según el conocimiento y las ganas que tengamos. Sirva esta introducción para disertar sobre la actividad en las ferias. Estos encuentros son un escaparate expositivo de venta y creación, de una pluralidad tan amplia como la diversidad de clientes a los que puede interesar –todo un arte– para llegar a cubrir las necesidades epicúreas y reveladoras. Como sabemos la historia de las ferias se remonta a la Edad Media, se caracterizaban por ser un lugar agitado, estimulante y divertido, de confluencias hacia la socialización entre comerciantes, artesanos y clientes y algún que otro pillastre. Las ferias siempre han tenido algo en común en todos los tiempos: comparten los mismos propósitos. Cercana a nosotros fue la creación de la Feria de Muestras de Zaragoza, recordamos los años 60, hasta su traslado en los 80 a la carretera de Madrid. Aquello fue una ventana abierta al avance tecnológico, sin olvidar los coleccionables folletos de propaganda que repartían las marcas de los productos expuestos, un regalo informativo para los que se paseaban por los estands. Esta feria llegó a ser un símbolo del progreso de la industria y del comercio.

Los actuales formatos expositivos de las ferias se han ido desarrollando como generadores de ideas y de conocimiento, en base al desarrollo sociocultural, tecnológico e industrial, manteniendo el mismo fin: vender el género expuesto ofreciendo algo nuevo. Estos días pasados se ha vuelto a celebrar otra edición de Arco, (Feria Internacional de Arte Contemporáneo), una demostración de lo sabido desde hace años. Que se dé la innovación en el arte, es casi un milagro, llevamos décadas viviendo de versiones de lo heredado; conseguir ver obra genuina suele estar reservado a unos pocos artistas, a veces incluso son desconocidos para el gran público. En Arco se pueden encontrar pero hay demasiadas obras que se acompañan con narrativas conceptuales, difíciles de digerir en una visita en la que el cúmulo de imágenes emborracha la percepción. Como siempre Arco intenta llamar la atención; el año Picasso trae como novedad redundante la obra de Eugenio Merino, con la figura del pintor muerto cual ninot esperando la incineración. Quizá sea por la analogía que puede establecer el personaje con el mar Mediterráneo. Todo es cuestión del concepto discursero, debido a que los países invitados están situados en torno al Mare Nostrum.

Este año Aragón no ha estado representada en Arco por sus artistas, al margen de las galerías que cada vez hay menos, no se ha invertido en llevar a los creadores de la tierra. Mucho Jotalent, que es de agradecer, pero los otros talentos se difuminan. Las salas institucionales minimizan el número de artistas en las temporadas expositivas. Poco dinamismo. En la TV aragonesa no se da a conocer ese potencial artístico de los escritores, cineastas, músicos, actores, artistas visuales que tenemos, se informa de los eventos pero no del desarrollo de la obra del autor que la produce. Un vacío causado quizá por desconocimiento o por incapacidad de los gestores. Quién sabe.

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