CON LA VENIA

Empresarios, progresismo y clichés

Es infantil y poco serio sustituir el nuevo orden empresarial por una serie encadenada de tópicos

Juan Alberto Belloch

Juan Alberto Belloch

Ni siquiera en las sucesivas y duras crisis atravesadas recientemente hemos dudado de que la libre empresa es una pieza indispensable en cualquier sistema político, aunque sea por la evidencia de que las empresas son el máximo motor de creación de riqueza y creación de empleo. Sin embargo, no hemos sido capaces de construir una alternativa consistente y duradera a ese modelo de crecimiento y desarrollo.

Por ello, el discurso basado en los capitalistas «salvajes», o en la consideración del empresario como un vampiro que exprime la sangre del obrero, murió y fue enterrado por decrepitud cronológica galopante. Es cierto, no obstante, que algún sector minoritario y anclado en el pasado trata de resucitar sin demasiado éxito este viejo discurso. Mantener tal obsoleto aserto equivale a continuar navegando en las apacibles aguas del lugar común, aunque sea hoy un discurso marginal y rancio.

Me extraña por ello que, desde supuestas opciones progresistas, se sostengan posiciones tan retrógradas como las de descalificar las prácticas de las empresas que devuelven a la sociedad parte de los beneficios obtenidos en el ejercicio de su actividad. Nuevas empresas que se caracterizan por priorizar los intereses de sus empleados, que tienen presentes los de sus proveedores y colaboran con la prosperidad de su entorno local donde obtienen muchos sus productos. Otro de sus rasgos de identidad es que son empresas que entienden y practican sus deberes medioambientales y los derivados de las exigencias de la innovación tecnológica. Empresas, en suma, que comprenden que la mera retribución del capital no puede ser el objetivo único y exclusivo, aunque sea un requisito previo para hacer posible el conjunto de sus funciones laborales y sociales. Partiendo de tales consideraciones, me parece evidente que compete al conjunto de la sociedad pues, que está plenamente legitimada para hacerlo, crear el marco general en el que deben desarrollarse las relaciones entre la actividad política y la actividad empresarial.

Es infantil y poco serio sustituir el nuevo orden empresarial por una serie encadenada de tópicos y, lo que es peor, de medias verdades cuya única utilidad, si es que tiene alguna, radica en tranquilizar alguna mala conciencia. Tal conducta tiene su origen, creo, en una antigua y obsoleta ignorancia que no cura el paso del tiempo.

La función de cualquier proyecto progresista en este ámbito no puede ser otra que estimular a las empresas a colaborar intensamente en las necesidades reales de la nueva sociedad del conocimiento, otorgando a su vez respeto y consideración a aquellas que realizan y cumplen con los referidos parámetros.

Es evidente que la morfología y la biología empresarial están cambiando aceleradamente a causa de la globalización y del nuevo paradigma tecnológico. El cambio afecta a la rápida obsolescencia de algunas de las jerarquías empresariales tradicionales. Al propio tiempo, están irrumpiendo nuevas cadenas de valor integradas por microempresas y pymes que, por primera vez, son capaces de actuar y competir en la escena global, gracias a los nuevos medios de generación y transferencia de la innovación tecnológica.

Los cambios están afectando también a la propia concepción del trabajo. Los gestores y los propietarios de las empresas no pueden ignorar ya el papel creciente y decisivo que para su propia supervivencia tienen el capital intelectual y el compromiso personal de sus trabajadores.

Las condiciones que está creando el mercado global pueden llegar a impulsar nuevos medios empresariales que tendrán mucho que ver con categorías como «economía creativa», la «innovación económica», o la «gestión de la economía social»... No es fácil precisar cuál será el grado de avance que pueden tener en el futuro esas nuevas formulaciones empresariales; pero por de pronto, son bases suficientes para retomar ideas tan arriesgadas en el imaginario socialdemócrata, como las relacionadas con la participación de los empleados en la dirección de la empresa. Es verdad que tal modelo de participación solo será viable en el caso de que se consolide un nuevo tipo empresarial y, al propio tiempo, un nuevo tipo de trabajadores, que deben entender, unos y otros, que ya no se trata solo de una cuestión de responsabilidad social sino también, y cada vez más, una cuestión de eficacia económica.

No se trata de asumir el cínico axioma de «cambiarlo todo para que nada cambie», se trata, más bien, de lo contrario. Introducir cambios lentos y progresivos que pueda soportar el conjunto de la población y que permitan, finalmente, redefinir un Estado del Bienestar sostenible.

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