Buzones alados

Es cierto que el uso de las cartas en papel prácticamente se ha abandonado

María Gómez y Patiño

María Gómez y Patiño

Recuerdo que, de niña, las cartas eran un misterio mágico para mí. Sabían a dónde tenían que llegar. Me llamaba la atención que el papel de las cartas que venían del extranjero solía ser más ligero que el de las cartas nacionales. En el correo aéreo, el sobre blanco estaba enmarcado en unas rayas diagonales al borde, en color rojo y azul, que no sé por qué, asocio con las barberías. Las hojas de las cartas solían ser de un papel ligero, cristal o cebolla, que no permitía borrones de tinta porque no se absorbían y porque inutilizan el reverso de la hoja.

El correo terrestre, o nacional, presentaban sobres blancos, con un papel verjurado, y solían estar forrados con un papel de seda, habitualmente oscura para no permitir la transparencia del contenido o su letra.

Es cierto que el uso de las cartas en papel prácticamente se ha abandonado, especialmente las manuscritas, con una pluma estilográfica en la tranquilidad y en la intimidad del hogar. Recibir una carta de aquellas era una gran alegría, y hoy sería un milagro. Las cartas en papel, especialmente las de los enamorados, se han convertido en un objeto de estudio, dentro del género epistolar, en los departamentos de Literatura de cualquier universidad. Me vienen a la cabeza dos: en Europa, Las cartas a Milena, de Franz Kafka, y en España, los Poemas y cartas de amor, de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, Correspondencia, 1944-1959. Albert Camus y María Casares, entre tantísimos otros.

Es posible que algunos jóvenes no hayan visto ninguna, salvo los que hayan tenido acceso a estos u otros textos, donde se reproduce la caligrafía de los autores. Pero lo peor de todo es que ni siquiera van a escribir nunca una carta manuscrita. Y si la escribieran ¿qué harían con ella? Depositarla en un buzón, sería la respuesta. Una actividad que fue tan habitual hace tan solo un par de décadas, y que hoy es prácticamente inexistente.

Admito que me fascinaba la idea de que, depositando un papel en un buzón urbano, esos tubos metálicos pintados de amarillo, llegara a su destino. Y lo hacían. Hoy los buzones son escasos y cada vez menos frecuentes entre el mobiliario urbano. El buzón más próximo a mi vivienda estaba estratégicamente situado en la esquina de la calle Ricla con Doctor Cerrada, muy próximo a un estanco donde se podían adquirir los sellos. En síntesis: escribir una carta, introducirla en un sobre, pasar por el estanco para franquearla y depositarla en el buzón era una cuestión que duraba escasamente unos minutos. Fue mayúscula mi sorpresa cuando la semana pasada, tenía que enviar una carta, la franqueé y al ir a depositarla en el buzón citado, éste había desaparecido. La remodelación de la calle Ricla no solo se había llevado por delante magníficos ejemplares de árboles de unas cinco décadas de edad, sino que también había desaparecido el buzón. El proceso se había invertido. Ahora no volaban las cartas, sino los buzones, unos buzones alados…

Es evidente que las cartas vuelan o pueden volar, lo hacen habitualmente, pero lo llamativo es que los buzones también vuelen. El cierzo en Zaragoza sopla a veces con fuerza, con mucha fuerza, y un viento de 50 km por hora es bastante habitual, pero ¿se puede llevar los buzones que han estado ahí durante décadas y han resistido a muchos cierzos? Lamentablemente no han podido sobrevivir a algunas obras municipales, supuestamente de mejora. Quizá el buzón se murió de pena al ver que los árboles que le acompañaban habían sido arrancados…

Cuando un ciudadano busca algo concreto que ha sido trasladado, en el lugar que estaba situado se suele encontrar una nota que dice: «Nos hemos trasladado a…». En cambio, cuando se trata de un servicio público municipal no hay ninguna nota que indique dónde está el buzón, ni que aporte la información de los buzones más cercanos.

En algunas ciudades los buzones son bellísimos y en ocasiones son auténticas obras de arte, construidos en hierro fundido, donde los más jóvenes se hacen selfies ante tamaña reliquia: de vintage, almoneda o anticuario.

Hay personas que se dedican a ver el proceso de las obras públicas y se convierten en testimonios vivos de la evolución de ellas. Sería muy interesante saber qué ha sido de este buzón, y de otras cosas del mobiliario urbano, que una vez que desaparecen, ¿vuelan?

Viene a mi cabeza el poema de Gustavo Adolfo Bécquer:

«Los suspiros son aire, y van al aire. Las lágrimas son agua y van al mar. Dime, mujer, cuando el amor se olvida, sabes tú adónde va?

Y yo me preguntaba, cuando los buzones urbanos vuelan, ¿sabe usted adónde van?

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