DESDE MI RINCÓN

Pobres y modernas

María Jesús Ruiz

María Jesús Ruiz

Esto de lo moderno y alternativo me trae un poco de calle. Pongo La 2 y resulta que lo último de lo último es algo que llaman «la cocina de aprovechamiento». Quienes nacimos en el seno de familias humildes nos hemos rechupado los dedos con las croquetas del cocido, la carne en salsa de tomate, las migas, los purés de legumbres y cientos de platos que nuestras madres preparaban con esmero bajo la misiva de la comida no se tira.

Ya hace un tiempo que se puso de moda lo de la economía circular. Desde luego que es un tema muy interesante y necesario, pero cuanto más complejos son los discursos sobre el mismo, más tesis doctorales se hacen y expertos surgen, más difícil es su comprensión y menos en valor se ponen las acciones cotidianas que llevan a que esa circularidad se socialice. En muchas familias y, sobre todo, en las más pobres la ropa ha pasado de hermano en hermano y luego a primos y vecinos para acabar siendo los trapos de limpiar cristales. No se crean que por una cuestión molona sino por supervivencia.

Qué decir del reciclaje de vidrio, que no seremos pocos los cincuentones que hemos ido a comprar con unas cuantas botellas de refrescos para reducir el importe de la cesta de la compra por el canje que suponía su reembolso. En estos momentos no es algo habitual, pero me atrevería a apostar en que zonas y distritos de nuestras ciudades se batirían récords de reciclado si volviera a ponerse en práctica.

¿Y qué me dicen de la tala indiscriminada de árboles? Los colegios de barrios y barriadas populares nunca han contribuido a semejante acto ecoterrorista. Los libros siempre se han comprado, pero sobre ellos se escribe con lápiz fino para poder borrar y que pasen al hermano o vecino menor. Este acto que hoy sería la máxima expresión del ecologismo consciente se está quedando obsoleto con el uso de los microchips, pcs y tablets en las aulas.

A las puertas del tercer aniversario del inicio de la gran pandemia de la covid durante la cual escuchamos tantas veces que teníamos que ser resilientes, y sin saber muy bien qué significaba ese palabro tan moderno, pero con la convicción de que de esa situación saldríamos más fuertes. ¿Saben quiénes siempre han tenido y siguen teniendo la capacidad de asumir situaciones límite y sobreponerse a ellas? Los más vulnerables, los pobres. Para ellos no hay tregua, la resiliencia no ha sido algo pasajero ni una lección de vida, es simplemente un estatus en el que vivir para mantenerse en pie.

Desde mi rincón en esta semana del 8M quiero rendir mi especial homenaje a esas mujeres cuyo problema no es el techo de cristal, sino el suelo fangoso, de arenas movedizas. Sumidas en situaciones de pobreza reinventan permanentemente su manera de sobrevivir con dignidad y generar oportunidades para sus entornos familiares, para sus hijos e hijas.

Porque lo han hecho siempre y lo siguen haciendo, porque son resilientes y en esta sociedad de marketing y postureo son pobres y modernas.

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