Código desconocido

Laura Bordonaba

Laura Bordonaba

Viajo a Pau por trabajo, y voy en tren hasta Canfranc. Llevo dos libros conmigo, uno que me trajo un compañero y que habla de las bibliotecarias itinerantes que montadas a caballo fueron pioneras en llevar libros a las personas que vivían en los Montes Apalaches, en el estado de Kentucky, allá por 1937 y el último libro de Javier Moreno, Magnífica desolación, que me acompaña a través del Pirineo Aragonés mientas el tren se mece entre montañas más cercanas y él habla de cabañas y paisajes de novela. Izal a través de los auriculares canta Pausa y pide calma. «Yo solo pido pausa, tú rebobinar». A mí los viajes siempre me parecen un poco esto, un volver a todos los viajes que hemos hecho en el pasado.

Reflexiono en que en el pasado que una mujer viajara sola era casi impensable. Era mirada como sospechosa, como rota, como perdida o como insalvable. Pienso en lo duro que tenía que ser no poder disponer de tu vida como quisieras. Viajar sola, como hacer sola tantas cosas, lo que te otorga es silencio interior, aunque fuera haya ruido. Silencio para pensar, para resonar, incluso, para batallar. Tener que hablar y pelear contigo misma es de lo más sano del mundo.

Así que disfruto del silencio que no voy a tener en los próximos días, porque el encuentro que me espera en Pau se parece a una Torre de Babel, en el marco de unas jornadas bibliotecarias de universidades de lenguas romances. Portugués, italiano, español, francés, rumano. Beira, Torino, Zaragoza, Pau, Timișoara. Entender, escuchar, traducir, hablar. Es un esfuerzo constante y exigente. Pienso en lo difícil que tiene que ser llegar a un país desconocido, totalmente solo, y no conocer nada del idioma local. El miedo, las confusiones, y el silencio ensordecedor del que se siente solo y extraño.

Pienso también en esa película de Haneke que se llamaba Código desconocido. Al final, todo está lleno de esos códigos que nos conducen inexorablemente a la incomunicación, al más terrible silencio del corazón. Por eso me parece tan bello que unas mujeres a caballo luchasen para intentar romper esos códigos, por establecer lazos hechos de lecturas y rutas de montaña, por eso me parece tan estremecedor que un escritor a través de sus palabras consiga que me interese por conocer la historia y la piel del personaje que ha escrito mientras quizás sufría también de soledad.

Qué bello romper la incomunicación, rebobinar y pausar y medir la tristeza. Y que esto solo sea el comienzo de un relato inacabado de un viaje incompleto.

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