Todo mal

Olga Bernad

Olga Bernad

Les confieso que frente a la tónica general de la vida pública y privada donde da la sensación de que todo el mundo está convencido de tener razón y sabe perfectísimamente lo que hay que hacer, yo me siento un poco extraterrestre. Creo recordar que nací feminista y que he dedicado mi vida a estudiar, trabajar, establecer una familia, escribir y leer. Dirán ustedes, pues qué bien, maja. No sé qué decirles. Pasado el límite físico y psicológico de los 50 (los nuevos 30 y tonterías similares) estoy confusa, perpleja y agotada. Sobre todo agotada. Tengo una impertinente sensación de haberlo hecho todo mal y a medias, y casi la única seguridad que he conseguido es que esta noche volveré a acostarme como vine al mundo: sin entender nada.

A pesar de que mi padre me dijo de pequeña que lo más revolucionario que podía hacer el hijo de un obrero era estudiar, creo que no me dediqué como debía a mi carrera. Tampoco a mi trabajo, porque no quería perderme la vida familiar ni la infancia de mis hijos que se escapa sin que te des cuenta; pero claro, tampoco me ha dado tiempo a ser una madre abnegada porque quería (y necesitaba) trabajar. Olvidamos que la economía convierte a veces en simple exigencia los ideales más épicos.

¿Escribir? Eternas madrugadas de tiempo robado al sueño. ¿Limpiar? Estoy hasta las narices. En fin, aquí estamos: no sé si mi vida es ejemplo de liberación con respecto a mi madre o una chapuza monumental en la que voy haciendo malabares para mantener en equilibrio ese extraño baile de platos que siempre pueden romperse. Ni idea, de verdad. Con el corazón en la mano se lo digo. Sé que hoy cumplo 27 años cotizados, que me quedan una porrada por cotizar y que no sé si algún día tendré tiempo libre para relajarme y ponerme guapa o -por lo menos- ponerme simpática. Eso también me sale mal.

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