Operación belleza

Carmen Bandrés

Carmen Bandrés

En cuanto la primavera anticipa la llegada del próximo verano, despierta un profundo deseo de mejorar nuestra presencia física, tanto por parte de la habituales féminas devotas del look, como por una ingente masa de varones que se vienen sumando a eso de regenerar la fachada y borrar los rastros de pasados atracones y vida sedentaria. En todo lo relacionado con porte y compostura, los personajes populares y los caciques de las RRSS dictan su mandato inescrutable y omnipresente, mientras señalan con su índice inquisitorial el camino del quirófano para corregir aquí unas bolsas bajo los párpados, inflar allí unos labios demasiado finos o disimular más allá unas arruguitas delatoras… mas no solo es el rostro objeto de presunto saneamiento, sino que también pecho, caderas, vientre y, prácticamente, cualquier rincón casi ignoto del cuerpo es susceptible de un riguroso examen e incorporación inmediata al catálogo de restauración pendiente. Dado que la edad no perdona, el resultado conseguido mediante estas prácticas es, además de dudoso, obviamente transitorio, pero el estropicio ocasionado tiende siempre a ser importante y lo que aún es peor, irreversible, tal como sobreviene a una de tantas modas vigentes, la cual invita a un cambio de color del iris ocular, con la potencial secuela de gravísimas lesiones en la visión.

Cuánto interés por la figura y qué poco por reconstituir nuestra esencia interior o, al menos, embellecer otros aspectos más dignos de atención y remiendo, como el talante personal o el comportamiento social. Así, poco tiene de extraño que el hedonismo imperante camine parejo del incremento de desórdenes mentales; es lo que cabe esperar de quienes aspiran a lo máximo y no pueden superar la frustración de una fisonomía adocenada, tal como ilustra magistralmente Oscar Wilde en El retrato de Dorian Grey.

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