La luna de Jaime

Sergio Ruiz Antorán

Sergio Ruiz Antorán

El ciclo de la luna. Sembrar cuando esté creciente. Sigo cada consejo de Jaime a rajatabla desde que vi la mansalva de sandíones que colgaban de su huerta. Mi vecino apenas ve, oye menos que una tapia, debes arrimarte a su morro para ser reconocido, pero cultiva tomates de mercado pijo de Madrid.

En el pueblo pocas cosas sobran. Viejos tenemos para repartir. Cuando se van se les echa en falta. Esas charradas interminables, que empiezan con resquemor hasta que pillan confianza y ya no te sueltan. Y siempre tienen alguna buena respuesta para tus dudas, enciclopedia de canas, de saber hacer de todo, por necesidad, por tradición, por herencia.

Cuando somos jóvenes e inconscientes del duro castigo del tiempo se cae en la estupidez de pasar de los yayos. Es después, en muchos casos tras su despedida, cuando maldices no haber gastado más horas conociendo de ellos, sabiendo de su vida, aprender de anécdotas, cicatrices y conocimientos.

Aprendí eso demasiado tarde, pero me reconcilié oyendo a Araceli Herrero narrar sus partidos de basket en la posguerra, a José Luis López Zubero explicándome el sentido de la humanidad, a Víctor relatando luchas de barrio o a Jaime señalando a la luna en Tolva. Tener paciencia, escuchar más que interrumpir y no juzgar su flaqueza son claves para deleitarse con ellos, tesoros de vida de los pueblos que se pierden para siempre lentamente.

Quizá por ese respeto mayúsculo, casi japonés, a mis mayores, me ha fastidiado cómo se ha tratado a Ramón Tamames en la moción de censura que nos ha entretenido esta semana. En la crítica hacia su papelón fascista he distinguido demasiados estereotipos sobre su edad: gruñón, desmemoriado, frágil, torpe, gagá... Me fastidia que se caiga en una visión burlesca sobre el hecho de ser mayor, un edadismo simple que reduce todo a la progresiva pérdida de facultades físicas y mentales que a todos nos llegará un día. Si llegamos.

Tamames ha dado argumentos suficientes para ser criticado sin tener que caer en la torpeza de señalar su senilidad. Se ha definido a sí mismo como machista, irrespetuoso, soberbio, casposo, chaquetero, irracional, vanidoso, tránsfuga... son algunos de los calificativos que me salen sin tener que mirar la fecha de nacimiento. Lo es porque lo es, por sus actos, no por su edad. Debemos hacer más caso a nuestros mayores. Se merecen respeto, jubilaciones dignas y un descanso en las mejores condiciones. Sin paternalismos, con reconocimiento y admiración. Porque pronto se nos olvida de los sacrificios que hicieron por nosotros y que son responsables de que seamos lo que somos.

Suscríbete para seguir leyendo