TERCERA PÁGINA

El submarino Peral izó su periscopio

Ocurrió en Madrid el pasado 17 de marzo, 135 años después de su botadura

Luis Negro Marco

Luis Negro Marco

Aparentemente desnortadas (o quizás no) sus coordenadas, haciendo crujir las baldosas del céntrico paseo del Prado de Madrid, a la altura y en frente del Museo Naval, el pasado 17 de marzo izaba periscopio y emergía una fastuosa réplica del célebre submarino del teniente de navío Isaac Peral (1851-1895) que terminó de construirse en 1888 en el gaditano arsenal de La Carraca. El 19 de marzo, de igual modo como fugazmente emergió, volvió a sumergirse navegando hacia un destino ignoto, fijado por los patrocinadores del evento: los Ayuntamientos de Cartagena y Madrid y la Armada.

El caso es que esta interesante actividad, que tanto llamó la atención entre propios y visitantes de la capital de España, sirvió para recordar que en 1898, diez años después de que el submarino Peral navegara durante una hora a 10 metros de profundidad, comenzó la Guerra de Cuba. Un desastroso acontecimiento bélico para nuestra nación, pues nos enfrentó a la ya entonces poderosa y ambiciosamente expansionista nación estadounidense. Tras la dura derrota, España perdió sus últimas posesiones de ultramar: Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam. La expresión «más se perdió en Cuba», todavía frecuentemente utilizada por los españoles es el testimonio aún vivo, a pesar de los 125 años transcurridos, de aquellos históricos sucesos.

Y una de los grandes misterios de nuestra Historia más reciente, se resume en esta sencilla y elemental pregunta: si España disponía del submarino más avanzado (se movía mediante energía eléctrica) y con capacidad de lanzar torpedos letales contra los barcos enemigos ¿por qué el gobierno español no lo usó en la Guerra de Cuba?

Algunas teorías apuntan a que podrían haber sido los propios políticos que entonces ostentaban el poder y la oposición, respectivamente, del Gobierno (Sagasta y Cánovas del Castillo) quienes deliberadamente y hasta por intereses espurios así lo habrían decidido. Por ejemplo, el político Sagasta estaba en contra del uso del arma submarina, alineándose de este modo con la misma teoría de guerra naval que propugnaba Inglaterra. Respecto a Cánovas del Castillo, algunos historiadores han apuntado a que podría incluso haber tenido intereses económicos propios para que el proyecto del submarino de Isaac Peral no se llevara a cabo. Así, se consideró al padre de la Constitución española de 1878 relacionado con la empresa naval Astilleros del Nervión, cuya adjudicación de contratos para la construcción de buques de guerra para la Armada habría rivalizado con la partida presupuestaria solicitada por Peral para la construcción de una flotilla de sus submarinos. Esta desidia de los políticos españoles hacia el arma de guerra submarina de la época queda patentizada en el hecho de que en 1890 Cánovas del Castillo emitió una orden para que el único submarino Peral que se llegó a construir fuese desguazado.

Claro que en tamaño despropósito y cortedad de miras respecto a los intereses de España, también entraron en liza algunos de los espías y traficantes de armas sin escrúpulos más señeros de la época. Fue este el caso del griego Basil Zaharoff (1849-1936) conocido como El mercader de la Muerte, una de las personas más oscuras y determinantes en el desarrollo y comercio de armas letales que, en su afán por hacerse con ellas, alentaron los nacionalismos, enfrentaron a los imperios y haciendo inviable la convivencia pacífica entre las naciones de Europa, acabaron por desencadenar la Gran Guerra (1914-1918).

Zaharoff, puesto que no pudo sobornar a Peral para hacerse con los planos de su sumergible y venderlo a otras naciones, hizo todo lo posible para neutralizar el proyecto del genial inventor español, de manera que ante tanta incomprensión y obstáculos, Peral hubo de ver cómo su arma de guerra submarina no solo no llegó a lanzar torpedo alguno sobre la flota enemiga en la Guerra de Cuba, sino que acabó siendo torpedeada por los mismos políticos que, en aquellos críticos y trascendentales momentos de nuestra Historia, más debían haber velado por que el primer submarino del mundo propulsado por electricidad hubiese servido a los intereses y a la defensa de España.

Sea como fuere, la confirmación de que el arma submarina iba a ser determinante en los combates en la mar, se demostraría en el transcurso de la Primera Guerra Mundial. En julio de 1916 (cuando Estados Unidos todavía no había entrado como país beligerante en el conflicto) mostró sus más enérgicas protestas ante Alemania, al detectar que uno de sus sumergibles, el Deutschland, navegaba por sus aguas jurisdiccionales y por ello lo consideraban como una gran amenaza para la seguridad de sus barcos. Las autoridades estadounidenses calificaron de bluff la versión germana, según la cual su submarino navegaba por aquel lugar del Atlántico solamente «por intereses comerciales».

Sin embargo, era evidente que había serios motivos para la preocupación: así el 7 de mayo de 1915 el crucero Lusitania fue torpedeado y hundido por un submarino alemán en el Atlántico, cerca de las costas de Irlanda, provocando la muerte de 1.200 de sus pasajeros. Así mismo, el ferri inglés Sussex fue torpedeado el 24 de marzo de 1916 en el Canal de La Mancha por un U-boot (nave submarina, en alemán). Más de 50 pasajeros murieron. Entre ellos el compositor español Enrique Granados y su esposa. Ambos regresaban de Estados Unidos, después de que el artista hubiera sido invitado por el presidente Wilson para que diera un concierto en la Casa.

El arma submarina volvería a ser determinante en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) cuando los Lobos grises (U-boots) alemanes llegaron a hundir tantos buques en los dos primeros años de guerra que estuvieron a punto de colapsar el comercio marítimo de los aliados y decantar el rumbo de la guerra.

Ya en la década de los 60 del siglo pasado, Los Beatles harían popular a los otrora temibles sumergibles con el que quizás es aún su más conocido y popular tema: Yellow submarine (El submarino amarillo). En esta pegadiza y alegre canción, la nave pasa del serio gris al jovial color amarillo, convirtiéndose en un cómodo espacio en el que «todos pueden vivir». A Isaac Peral le habría gustado.

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