No se admiten niños

Carmen Bandrés

Carmen Bandrés

Cuando ya se permite la entrada de mascotas en muchos centros comerciales y los chuchos disponen de servicios y espacios reservados en algunos dominios públicos, desconcierta y conmueve que ciertos establecimientos hoteleros, en número creciente, se publicitan como «solo para adultos». Legalmente, no pueden impedir el acceso a los niños. Ni a los negros, judíos, o gitanos; ni a las mujeres morenas, ancianos aturdidos, hinduistas con turbante, tenistas en chándal... el artículo 14 de nuestra Constitución proscribe la discriminación por razón de género, credo o religión, entre otras circunstancias personales y sociales, pero, paradójicamente, cuando tanto se habla de los derechos de los animales, cada vez parecen contar menos los del animal superior, el ser humano, y aún menos los de su modelo más desamparado, el niño.

Only adults o Free child son eufemismos para disfrazar una realidad insultante: espacios libres de niños. Libres de esas pequeñas criaturas molestas que gritan, corren, lloran, se explayan... mientras nos observan con esa mirada pura que todos los chiquillos tienen, hasta que la pierden cuando se hacen adultos y algunos, olvidando que ayer fueron niños, se exhiben como antagonistas de la infancia, celebrando con fervor esta medida excluyente. Obviamente, es innegable la conducta irritable y fuera de lugar de algunos pequeños traviesos y malcriados, pero, ¿son ellos los maleducados, o lo son sus progenitores? Un niño es una hoja en blanco sobre la que padres, familia, profesores y toda la sociedad en su conjunto trazan las líneas que decidirán su futuro. Pero esas plumas escriben torcido cuando no están cargadas de tinta limpia, sino de malos ejemplos, faltas de respeto, injurias y descalificaciones. Los adultos responsables se forjan en una infancia que nada sabe de exclusión y mucho de integración.