El malestar que recorre Europa

El Periódico de Aragón

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No solo son las calles de Francia, ocupadas desde hace semanas por ciudadanos que rechazan la propuesta del presidente Macron de retrasar la jubilación de los 62 a los 64 años. En los últimos meses, las de media Europa han conocido protestas destinadas a denunciar el aumento del coste de la vida y los salarios que no alcanzan a finales de mes.

Los huelguistas han paralizado la enseñanza, los trenes y los hospitales en el Reino Unido. Bélgica y Países Bajos han vivido paros generales, las calles de Portugal también se han llenado de manifestantes, e incluso Alemania, donde suele prevalecer el acuerdo social, ha estado sacudida por la huelga de mayor alcance de los últimos 30 años. Las causas de semejante tormenta social –de la que escapan pocos países, entre ellos España– son múltiples y complejas. Tienen en común el impacto retardado de la pandemia y una inflación coriácea derivada de la guerra de Ucrania, a las que cada país suma reivindicaciones propias. Mientras en Francia prevalece la respuesta a lo que muchos consideran arrogancia del gobierno, en el Reino Unido se imponen el desmoronamiento del sector público y las consecuencias del brexit y en Alemania una cierta crisis de su poderoso estado de bienestar.

Numerosos expertos alertan de un malestar que va más allá de las condiciones laborales o el auge de los precios. Se trata de un fenómeno europeo, transversal, presente no solo entre los asalariados sino en las capas medias que también padecen los efectos de una depauperación que tiene sus raíces en la redistribución de la economía a escala planetaria. Sumada a la revolución tecnológica que suponen la robótica y la inteligencia artificial, esta perspectiva de perdida de centralidad produce inquietud y perplejidad entre muchos europeos. Pese a que la Unión Europea sigue siendo el espacio económico donde las desigualdades son menores, los europeos se muestran inquietos sobre su presente y dudan de su futuro. Un tercio de los asalariados sostiene que su empleo tiene efectos negativos sobre su salud mental, según una encuesta del Banco Central Europeo de 2022. Todo indica, pues, que la agitación social que Europa ha padecido durante el último invierno responde a un malestar difuso que tiene múltiples causas. Las crecientes dificultades de acceso a la vivienda, la crisis de la sanidad pública, las dudas sobre la sostenibilidad del sistema de pensiones, el parón del ascensor social, y la falta de empatía de la mayoría de las elites contribuyen a una desazón colectiva que estalla en cada país por un u otro motivo.

En este contexto, resulta sorprendente observar que España es uno de los países donde el acuerdo social ha prevalecido sobre la confrontación, con la excepción destacada de los trabajadores de la sanidad pública. Pese a ser el país que encabeza el ranking europeo de las desigualdades, parece que algunas de las políticas del Gobierno de Pedro Sánchez, como la excepción ibérica que ha permitido contener el precio de la energía, la reforma laboral, y las ayudas destinadas a compensar los efectos de la crisis entre los sectores más vulnerables han conseguido contener el estallido social que han conocido otros países.

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