HOGUERA DE MANZANAS

El mercado y la tristeza

Olga Bernad

Olga Bernad

Hay polémicas que explotan de tanto en tanto y, lejos de parecerme insustanciales, revelan como pocas fondos oscuros de nuestro pensamiento particular y social. Algo así me ha ocurrido con la reacción mediática ante la nueva maternidad de Ana Obregón. Casi consigo la cuadratura del círculo: no estar de acuerdo con nadie. Para empezar uno en principio desea para toda nueva persona que viene a este mundo maravilloso y cruel sin haberlo pedido la mejor de las suertes en la aventura. Y también tiendo a comprender el deseo de maternidad como algo hermoso en medio de este valle de lágrimas. El asunto viene claramente precedido por una terrible desgracia por todos conocida, así que mis respetos personales por el dolor ajeno y sus consecuencias, equivocadas o no. Por eso le veo un fondo oscuro a una crítica tan exacerbada y cruel a este personaje, cuando es cierto que con otros se ha sido mucho más suave. «Política», dicen sus defensores. Política. Esta vez no lo ha hecho una pareja de homosexuales sino una señora mayor y de derechas. Política. Puede ser. Tanta política como la que ahora esgrimen gentes muy católicas y formales justificando el libre mercado de personas y su propia concepción con fines de compra venta por motivos sentimentales. Política. Sin intentar juzgar ni mucho menos perjudicar a quienes ya están en este mundo por esa vía ni a sus progenitores, y deseándoles la mejor de las suertes, no puedo dejar de expresar que, en su fondo, el asunto me produce escalofríos. Hay quienes dicen que no les gusta oír hablar de vientres de alquiler ni de compra de niños, porque es feo. En eso sí estoy de acuerdo: es feísimo y terrible. Pero es que se llama así. Que el debate esté instalado en la sociedad no es más que una prueba palpable de que empezamos a verlo con una cierta naturalidad. Me estremece.

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