Opinión

La Cataluña del ‘fake’

Las cosas de cohabitar entre la realidad y ese mundo imaginario que se convierte en real por convencimiento

Laura Borràs, a su llegada a la Audiencia de Barcelona.

Laura Borràs, a su llegada a la Audiencia de Barcelona. / Elisenda Pons

Álex Sàlmon

Ni Laura Borràs es presidenta del Parlament, ni Carles Puigdemontpresident de la Generalitat, ni Clara Ponsatí consellera, ni David Madí tiene influencia en 'els negocis' ni esto es una república. Así que ya ven donde estamos. En un mundo donde una parte de la sociedad vive en posición ‘fake’ y ahí seguimos.

La Cataluña real se ha acostumbrado a vivir con esa falsedad. Hace unos años la escena podía conducir a la indignación entre los que observaban asombrados algunas situaciones políticas. En estos momentos produce ternura, aunque la extrañeza se mantenga ante una pregunta constante: cómo se puede vivir tan alejado de una realidad patente. Solo hay que mirar el DNI para despertar del sueño.

El problema es que la energía que se emplea, y que sobre todo se utilizó hace unos años para explicar la realidad evidente, ha dejado escapar muchas oportunidades. Proyectos del día a día que se apartaron de la agenda, en muchos casos porque solo existían unos acontecimientos que movilizaban la calle y en otros porque no se sabía escapar del ‘matrix’ creado. 

El caso de Laura Borràs es muy evidente. Llamarla expresidenta, que no lo es mientras el Parlament no actúe, es una acto casi sacrílego. En otra situación, todo político o diputado juzgado y con sentencia por corrupción, ya estaría muy alejado de la órbita institucional.

Pero los tiempos ‘fake’ todo lo aguantan. Y así todavía se discute cómo se puede apartar definitivamente a Laura Borràs de la presidencia del Parlament para acabar con esta situación de ingravidez política. Su negativa erosiona por cabezonería la institución.

De ahí la propuesta del líder de la oposición, Salvador Illa, de presentar una reforma del reglamento de la Cámara catalana y así subsanar una provisionalidad desgastadora que, por otro lado, solo es posible en Cataluña. Otros parlamentos autonómicos ya lo tienen solucionado.

Las cosas de cohabitar entre la realidad y ese mundo imaginario que se convierte en real por convencimiento, aunque sea un espacio fantasioso y escondrijo de mucha frustración.