Tercera página

Diantres y centellas

Soportamos decenas de mensajes que agotan nuestra capacidad de sorpresa

Joaquín Santos

Joaquín Santos

¡Cáspita! Hoy me he levantado con una extraña comezón. Será que llevo una temporada soportando la aparición de palabras que no me encajan y que me tengo que tragar como parte del devenir cotidiano. Lo cierto es que soportamos diariamente decenas de mensajes que participan de un modo u otro de estrategias de comunicación que agotan nuestra capacidad de sorpresa. Digamos que nos acomodamos a todo tipo de asaltos lingüísticos a los que nos acostumbramos sin pestañear.

Le cuento. No hace demasiado escuché un mensaje que me puso en guardia. Me dije, ¡Caracoles! ¿Por qué esto me suena a viejo y nuevo a la vez? Estaba escuchando que los trabajadores del futuro iban a tener que ser transversales, híbridos y polivalentes. Se trataba hacer pasar por novedoso lo que no deja de ser el mensaje de siempre; vamos que lo que van a necesitar, vaya sorpresa, es que los trabajadores sean lo más adaptables posible a las circunstancias del mercado. La flexibilidad de hace cuarenta años se ha desgastado como concepto aceptable a causa de tanta contorsión y ahora vamos a tener que funcionar con diésel o con energía eléctrica.

Pocos días después cayó en mis manos un escrito que decía así: «se pretende recoger aportaciones e insumos para nutrir el planteamiento inicial de reporte y seguimiento…». ¡Pardiez! Pensé, puede que tenga la piel muy fina, pero utilizar el término insumo para hablar de la aportación de una propuesta de actuación, reportar para significar informar y nutrir para ampliar, todo ello en una línea, supera con creces mi capacidad para encajar novedades terminológicas. Esa misma noche se me apareció en sueños San Fernando Lázaro con un ejemplar de sus «dardos» entre las manos.

Poco pudo el santo de mi corazón porque no mucho después reparé en que cada poco me siento atacado por el prefijo meta que algunos utilizan como la sal en todas las ensaladas. Tengo la sensación de estar viviendo en un universo paralelo y soy de los que piensan que muchos de los mundos posibles existen a la vez, pero creo firmemente que están en este que nos corresponde habitar hasta nueva orden.

No paro de escuchar una extraña jerga que entiendo que pretende aportar novedad y que suele esconder lo de siempre denominado de otro modo; un tipo de habla aquejado del mal de la anglicitis, que imagino como una inflamación del ego de quien ha estudiado idiomas y cree haber encontrado en el extranjero lo que aquí sabemos desde al menos mediados del siglo XX.

Lo que quiero decirle es que, ¡recórcholis! Era más fácil defenderse del lenguaje políticamente correcto, ridículo y puritano del franquismo, y que, hoy en día, nos ataca algo que he venido a denominar el mal del relato, una moda que nos acompaña desde que hace algunas décadas, no demasiadas.

Gracias a los avances en neurociencia, hemos descubierto que los humanos respondemos casi siempre desde la emoción y no desde la razón a los mensajes que se nos lanzan. Desde entonces todo el que quiere comunicar algo busca lanzar sus mensajes enmarcados en estructuras mentales que nos resulten aceptables para que no pensemos demasiado en lo que se nos propone.

Repasando esto que le escribo he recordado una frase que creo que puede iluminarnos; es de Victor Klemperer y dice así: «el lenguaje saca a la luz aquello que una persona quiere ocultar de forma deliberada... y aquello que lleva dentro inconscientemente».

El lenguaje políticamente correcto se caracteriza por querer hacer parecer que estamos en un mundo completamente diferente al que vivimos o por creer que se puede cambiar lo existente solo con expresiones novedosas renunciando a las verdaderas transformaciones, o también querer hacer pasar por innovaciones lo que no deja de ser más viejo que Carracuca.

No es tan distinto de lo que nos pasaba hace cincuenta años en los que se pretendía que el mundo en que vivíamos era tan mojigato como el que reflejaban las expresiones que evitaban lo que se consideraba malsonante.

Estoy muy, pero que muy cansado, de este bombardeo incesante y sin sentido y busco refugio en la buena literatura; sin duda, en una solo aparente contradicción, la ficción contiene más verdad que buena parte de estos relatos que solo buscan la emoción momentánea y el manipulado del respetable.

Permítame el desahogo: ¡Diantres y centellas! ¡Más literatura y menos relatos!

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