Opinión

Semana Santa

Acabamos de decir adiós a muchas semanas santas. Esta la de las tradiciones con sus procesiones, sus fieles, sus vírgenes, sus lágrimas y la devoción a flor de piel cada vez que un tambor retumba y el lugar de los sentimientos se tiñe de rojo pasión y nada es más hermoso o puro; y nada, más empalagoso y extrañamente necesario. Existen otras semanas santas y son la del relax en playas abarrotadas y ruidosas o las de los descensos por pistas alimentadas artificialmente ante una sentencia climática que todavía hoy no queremos asumir.

Hay semanas santas de pobres y las hay de ricos; las hay de creyentes y de ateos y las hay de quienes no son ni una cosa ni otra, pero también hay una Semana Santa que muy pocos sienten y que se esconde bajo tierra para no ser comparada y pasar desapercibida ante todo el desorden que impone la tradición y el descanso y esa Semana Santa no es otra que la del silencio mediático, que en los días santos básicamente se alimenta de baños, procesiones, climatología, doctrinas patrióticas, algún caso de factura casi criminal y la noticia que es noticia hasta por encima de la misma Semana Santa y que no es otra que la de las cosas que le suceden y pasan a la hija/nieta de Ana Obregón.

El mundo ha cambiado considerablemente y sin embargo en Semana Santa parece que el mundo se detiene y en la uno de televisión vuelve Ben-Hur, Cleopatra, Lo que el viento se llevó, Moisés… y como si todo fuera igual que hace cien años los periódicos dejan de imprimirse el Sábado Santo en una forma de ritual decimonónico e incomprensible en un siglo, el XXI, que ha roto con todos los esquemas, excepto con el que impone la Semana Santa en una serie de preceptos heredados que siembran la pasión y el caos casi por igual.

Hace años que no acudo a ver una procesión y sin embargo de niña cada Viernes Santo mi abuela paterna, tan creyente como escéptica, nos sentaba a mis primas y hermanas en un balcón para que viéramos la procesión del Santo Entierro en tardes que eran de frío y con sabor a torrija helada.

Puede que me guste el sonido de los tambores y la imaginería religiosa y sin embargo la Semana Santa no me gusta, porque todo lo tiñe de miedo y culpa y bastante culpa tenemos ya cada uno de nosotros por nada y bastante miedo y demasiada herencia de cosas que nunca debimos heredar y que nos siguen fustigando con eso de «por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa…», hasta ser detenidos ante nuestros propios sentimientos, ante nuestros amargos pensamientos.

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