LA RÚBRICA

El voto del ‘cisine’

Somos más de anhelar que de reclamar. Nos cuesta transformar la reivindicación en iniciativa

José Mendi

José Mendi

Nos quejamos de estar satisfechos porque el empacho de felicidad no permite disfrutar de la vida. Al finalizar cada jornada suspiramos por nuestro bienestar, ya que cada día es un lamento del tiempo. Somos más de anhelar que de reclamar. Nos cuesta transformar la reivindicación en iniciativa. Compartimos angustias en las esperas médicas, y miradas de maldad en el transporte público. Nos gusta más dar el paso siguiente al anterior, que el primero para que los demás nos sigan. Sin embargo, en la soledad de nuestro pensamiento, estamos bien. Lo decimos por cumplir, pero respondemos con intención de asentir. Siempre hay alguien que se divierte mejor y que sufre peor, pero nos encontramos más a gusto de lo que les parece a los demás. El resto piensa lo mismo de nosotros.

Ahora bien, si estamos a gusto con la vida, y ésta parece que se encuentra cómoda con nosotros ¿cómo lo sabemos y medimos? A los muy psicólogos, como a los muy cafeteros, nos encanta aplicar la ciencia a la consciencia. Sólo existe lo que se puede cuantificar, y las sensaciones no deben relegarse a una pregunta interminable del periodismo deportivo. Sabemos que el dinero no hace la felicidad, aunque ésta se lleva muy bien con una economía obesa en la cuenta corriente y obsesa de narcisismo. La salud, el tiempo de ocio y las ganas de poder hacer lo que nos da la gana, son elementos que contribuyen al bienestar propio y a la envidia ajena.

Un psicólogo sin test es como un pez sin bicicleta. Por eso mis compañeros de profesión han diseñado un instrumento para saber lo agustín que estamos. Llamarlo felicidad es presuntuoso y, además, no deja de ser un concepto que compete a la filosofía. El índice Pemperton, que desarrollaron dos colegas españoles (Hervás y Vázquez), aborda el bienestar desde el punto de vista personal y social, tanto en relación a las experiencias vividas como a las recordadas. Como leen, estamos analizando la repercusión más importante que percibimos, como humanos, de todo lo que nos rodea.

Es sorprendente la tensión y la atensión que concitan los sondeos de voto que se publican estos días. No es casualidad que estemos en plenas fiestas de la Floralia romana. Esta celebración comenzó en el siglo II e.c. (era común). Lo que empezó como orgías de sensualidad para las lenguas plebeyas, terminó como festivales de poesía para las lenguas cultas. Por algo sería. Aunque para fiestas florales, las encuestas electorales.

Hay candidatos con pesadillas que confunden la guillotina de su papeleta en la imprenta, con la del recuento en las urnas. Otros, se imaginan de procesión hacia la institución y, de repente, se ven como procesionaria de mayorías y defoliadores de confianza.

La ansiedad por anticipar el escrutinio produce estrés y suscita enfrentamientos en torno al mercado democrático y las cocinas estadísticas. Todos miran al dedo demoscópico del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y la respuesta está en la luna del Instituto Nacional de Estadística (INE). Han pasado desapercibidos en los medios los resultados de la madre de todas las encuestas.

La que va a decidir el resultado de las próximas elecciones de mayo y diciembre. Me refiero al estudio que hace regularmente este último organismo sobre las condiciones de vida de los españoles. Les aconsejo a los augures de votos que sean más devotos de este riguroso sondeo. Sus tripas desvelan mucho más que las entrañas de simpatías políticas y liderazgos de confianza. Sus conclusiones son una excelente guía para un programa electoral de éxito y, sus mensajes, sintonizan con la ciudadanía. Les resumo el dato más importante del último estudio publicado: dos de cada tres personas se sintió siempre o casi siempre feliz.

Una sociedad que se siente así, mayoritariamente, demuestra madurez y valora su calidad de vida. Esto es lo que nos enseña el voto del cisine.

Sugiero esta simbiosis en las siglas de ambos organismos, porque una perspectiva conjunta de los estudios que realizan estas instituciones, es más provechosa para los observadores de la realidad que el conocimiento de las tendencias políticas de los ciudadanos. No se preocupen tanto por el voto de los electores, sino por lo que sienten quienes van a votar. Tanto temor a los datos del CIS, y resulta que la estadística verdadera era la de Elena Manzanera. En definitiva, que el problema no es si Tezanos hace de Rasputín, sino saber si estamos a gustirrinín.

Suscríbete para seguir leyendo