Tercera página

Canal Roya y la razón poética

Prefiero ponerle mayúsculas al paisaje a la vulgaridad de sobrevolar los Pirineos suspendidos de un cable

Javier Martín

Javier Martín

Seguro que recuerdan una canción de Labordeta que habla de los Monegros y que finaliza así: «De esta tierra hermosa, dura y salvaje, haremos un hogar y un PAISAJE». Sí, escribo PAISAJE con mayúsculas para reproducir la firmeza con la que el cantautor finalizaba la canción, silabeando esa palabra amable y rotunda a la vez.

Hogar y paisaje son conceptos complementarios, van de la mano, pero no son lo mismo. El hogar apela a razones materiales argamasadas con sentimientos de unión y pertenencia. El paisaje parece un simple marco para el hogar, pero se relaciona con él de un modo paradójico, ya que resulta al mismo tiempo necesario y contingente para la existencia del hogar: necesario porque no se concibe hogar sin territorio en el que desarrollarse; contingente porque casi cualquier geografía, por áspera que pueda parecer, es capaz de dar cobijo a un hogar si hay empeño en ello.

El paisaje, así concebido, parece escapar a la razón práctica, propia del hogar, para aventurarse en los vericuetos de lo que me gusta llamar, con permiso de María Zambrano, «razón poética», un modo de pensamiento que huye de consideraciones como la utilidad, la comodidad o el disfrute; y se atreve a apreciar el valor de lo superfluo, de lo improductivo, de lo trascendente e incluso de lo banal.

Canal Roya es un valle prescindible, un paisaje vacío e inútil en el que no hay hogares que proteger, un no lugar que nunca ha tenido la vocación de consagrarse a usos ociosos o deportivos mayoritarios. Canal Roya tiene la mala suerte de estar a medio camino de todo: no es el hogar de nadie, ni siquiera como segunda residencia; tampoco es destino de esforzados alpinistas, y para colmo de medianías está en medio de dos estaciones de esquí en las que disfrutan a raudales torrentes de personas que huyen despavoridas de los paisajes de sus hogares, en busca de formas de consumo que les alejen del aburrimiento.

El turismo puede ser una actividad depredadora. A menudo, allá donde se instala destruye la esencia de aquello que le dio razón turística. El turista es un consumidor incapaz de ver paisajes no señalizados. El turista es un usurpador que huye de su hogar, a la caza y captura de emociones vacías que renueven sus ganas de volver a él.

Canal Roya es sólo un PAISAJE con la mala suerte de no ser nada más, pero con la fortuna inmensa de haberse quedado casi solo en medio de otros muchos paisajes colonizados, en el mejor de los casos, por hogares y en el peor, por turistas. Esa soledad lo hace único y preciado, como si fuera un artículo de colección, pero no siendo los paisajes objeto de transacción (si consiguen sustraerse a las leyes del mercado), esa rareza juega a su favor para que triunfe la razón poética sobre la razón práctica. Las gentes del territorio más inmediato parecen haberlo entendido. Muchos otros aragoneses, más alejados, claman desde el llano por la conservación de ese valle anclado entre montañas.

Se han aducido razones de todo tipo para mantener intacto el valle de La Canal Roya, casi tantas como las razones esgrimidas para plantar en él esas torres que llevarán a los esquiadores de un valle al otro y del otro al uno incluso cuando deje de nevar y todos nuestros meses sean un verano continuo. No hablaré de los incentivos para unir las estaciones de Astún y Formigal porque son evidentes e incluso se pueden amparar en la protección del medio ambiente (menos coches en las carreteras).

Tampoco hablaré de las razones, no menos evidentes, de los conservacionistas de la flora, la fauna y el valor estético y sentimental de un paisaje intacto. Prefiero apelar sólo a la razón poética, una forma de aprehender y conocer la realidad que tiene en cuenta no sólo nuestra dimensión más racional, sino también esa parte irracional que nos hace humanos y que nos distingue de las frías cuentas de resultados, de las inteligencias artificiales y de las decisiones algorítmicas sin alma. Prefiero apelar exclusivamente al lujo de conservar un paisaje sin hogares. Prefiero el desperdicio de renunciar a la colonización de un territorio que no es estrictamente necesario mancillar con más turismo. Prefiero la osadía de ponerle mayúsculas al paisaje de CANAL ROYA, a la vulgaridad de sobrevolar los Pirineos, cómodamente suspendidos de un cable, con unos bonitos bastones en las manos y los esquís colgado sobre el vacío.

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