EL COMENTARIO

¡Levemos anclas!

Conviene saber que los números no dicen las cosas, las decimos las personas

Joaquín Santos

Joaquín Santos

Los números tienen la belleza de lo exacto y, al mismo tiempo, habita en ellos una magia que nos arrebata el sentido. «Lo dicen los números» es una de nuestras frases favoritas. La usamos continuamente para decirle al de al lado que algo es evidente. El problema es que la mayor parte de nosotros somos anuméricos. Como dice el divulgador científico John Allen Paulos, no nos aclaramos con los números más allá de las cuatro reglas. Es frecuente encontrar personas que no son capaces de calcular el 10% de una cifra o que se aturullan cuando intentas facilitar el cambio en una compra en efectivo.

Para hacer honor a su capacidad mágica, los números facilitan todo tipo de fallos cognitivos. Uno de ellos es el efecto ancla. Cuando se utiliza un número en un mensaje este suele quedar fijado como un ancla en la memoria del que lo recibe. Este efecto es utilizado en los mensajes de comunicación tanto sociopolítica como comercial.

Cuando los comercios utilizan la estrategia de marcar el precio en, por ejemplo, 9,99 y no en 10, están utilizando este impacto de los números en nuestra cognición. Lo mismo sucede con ofertas del tipo «hasta un 75% de descuento». En el primer caso consiguen que nuestra conciencia se quede con el 9 en lugar del 10 que, además, se compone solo de una cifra; y en el segundo con una cifra de descuento que, por supuesto, no vamos a encontrar con facilidad en el comercio. Como bien sabemos usted y yo incluso es probable que acabemos adquiriendo un producto de la colección «nueva temporada» que no lleva descuento alguno. En ambos casos, se han utilizado esos números que lo dicen todo, para que nos digan lo que querían los emisores del mensaje y pasara relativamente desapercibido, es decir: «¡Eh, chatico! Ven y compra».

El problema que me interesa destacar es que el mismo tipo de uso fraudulento o erróneo de los números se produce en el marco de la discusión sociopolítica e incluso académica y en la forma en que se toman decisiones de planificación pública.

El Fondo para la población de las Naciones Unidas acaba de publicar un informe en el que alerta de los errores que provoca la cifra «2,1» como indicador óptimo de fertilidad y consecuentemente orientador de las políticas demográficas. En su análisis señalan un importante número de decisiones equivocadas, con consecuencias perniciosas, que se toman por el uso acrítico de esta cifra, entre otras por concebir a las mujeres como objetos meramente reproductivos.

Algo similar nos pasa con los indicadores que utilizamos para la discusión en materia de pobreza e inclusión social. Es frecuente encontrar el uso de indicadores como el Gini, el 80/20 o, más frecuentemente, el porcentaje de personas por debajo del 60% de la mediana de ingresos. Mire, si usamos un indicador relativo, como un porcentaje de la mediana, tenemos asegurado que siempre habrá un porcentaje de personas no menor por debajo de ese número. Pruebe a hacerlo con los miembros de la lista Forbes y comprobará que sale un porcentaje de pobres, por el mero hecho de que en un listado siempre habrá unos más pobres que otros.

Estos indicadores miden la desigualdad y son óptimos como guía para enmarcar los debates sobre las políticas públicas que quieran combatir este problema, pero no sirven o no acaban de servir para fundamentar los debates sobre la atención a las personas más vulnerables. De hecho, pueden acabar invisibilizando sectores importantes de la población con la consecuencia añadida de que no se diseñarán bien las medidas necesarias para la intervención, especialmente las relativas a la acción de los servicios sociales con las personas en situación de exclusión social.

¡Levemos anclas! Los números no dicen las cosas, las decimos las personas. Conviene entonces que nuestros debates se fundamenten en análisis correctos y que pongamos en cuestión los números que no explican la complejidad de las cosas.

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