SEDIMENTOS

Silencio

Carmen Bandrés

Carmen Bandrés

Ni placebo que no cura, ni medicamento con efectos secundarios, pero, a pesar de todo y de todos, el mejor amigo de la salud. Sin embargo, querido silencio, subsistes reducido a un oscuro rincón, olvidado durante centurias, porque a quienes mandan les importas menos que un rábano, y permaneces dormido como una marmota en permanente hibernación, sumido en esa soledad que ensalzara fray Luis de León como la virtud de los ascetas voluntariamente alejados del mundanal ruido. Cartujos, eremitas, monjes, amantes del claustro y de los pasos perdidos se educaron en tu aprecio e hicieron de tu compañía el eje de sus confidencias, para que solo el viento pudiera traicionar el secreto de sus almas. Y ahí continúas, silente, como es tu obligación, aunque durante una jornada, el Día Internacional de la Concienciación sobre el Ruido recomiende sesenta segundos de silencio en homenaje a tu gran (y menospreciado) servicio en pro de nuestro bienestar físico y, sobre todo, de nuestra salud mental.

Ansiedad, estrés, insomnio... ¡a ver quién es el guapo capaz de dormir a pierna suelta con la ventana abierta, si en los bajos abre su puerta una discoteca, el perro del vecino aúlla alborozado a la luna llena o el parpadeo de un semáforo coordina el rugido de motores impacientes! Dicen que antaño, solo el grito pelado del colchonero o el silbido del afilador turbaban el plácido sosiego diurno, junto con las palmas, en la noche estival, en demanda del sereno con las llaves del portal. ¿Y hoy? El pobre, sin aire acondicionado y forzado a mantener la ventana abierta de par en par cada vez más horas por culpa del calentamiento global, lleva como de costumbre todas las de perder. Incluso se le niega el recurso de gritar clamando igualdad y justicia. Una voz ronca, profunda e intimidante le amenaza: ¡¡Silencio!!, calladito estás mejor.

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