EL ARTÍCULO DEL DÍA

El sectarismo político

Cuando se promueven actitudes de odio se incurre en delitos contra la dignidad de los demás

Rafael Sánchez Sánchez

Rafael Sánchez Sánchez

He sido funcionario en la Administración Pública Local 32 años, creo que suficientes para conocer los entresijos que se tejen entre la política y el servicio público. Toda mi vida profesional en esta administración estuve afiliado al sindicato UGT. Durante un período de cuatro años me tocó ser delegado, y recuerdo que la primera vez que tuvimos una mesa de negociación, los diferentes sindicatos nos reunimos en un salón cuya mesa era de unas considerables dimensiones. Conforme nos íbamos sentando, observé que cada delegado se ponía junto a los compañeros de su sindicato. En mi caso, decidí ponerme junto al grupo de Comisiones Obreras. Entonces, un compañero de UGT me llamaba con cierto sigilo para que me mudase con ellos; no le hice caso, pero después, cuando me quiso explicar que los delegados de un mismo sindicato se sientan juntos porque son contrarios a los otros, sólo se me ocurrió decirle que si todos los trabajadores defendemos lo mismo por qué tenemos que marcar diferencias. En ese tiempo pude descubrir que los sindicatos se llevaban muy mal entre sí, y tenían papeles diferentes: alguno, siempre a favor de la patronal, al servicio del partido político que gobernaba la institución; otros, siempre en contra. Esto suponía que quienes formaban parte del sindicato alineado con el poder político podían tener ciertos privilegios frente al resto.

Esta experiencia la cuento porque estamos ante las próximas elecciones municipales y autonómicas, y vemos cómo día a día se van reproduciendo críticas exacerbadas e insultos en los mítines y en todos los foros de comunicación. Provocar la irritación y el enfado de la ciudadanía y de los adversarios políticos, así como difundir noticias falsas con el ánimo de ofender y desprestigiar al otro es lo que habitualmente nos encontramos en las campañas electorales. La libertad de expresión es uno de los derechos fundamentales que tenemos, sin embargo, deberíamos pensar si esta libertad la estamos ejerciendo con responsabilidad. Cuando los políticos y el resto de ciudadanos promovemos actitudes de odio a cualquier colectivo o persona, estamos incurriendo en delitos contra la dignidad de los demás.

En el ámbito político, lamentablemente, no faltan actitudes y prácticas como el sectarismo, conducente al malestar y al conflicto social. Militar en un partido político o ser acérrimo a sus ideas, sean las que sean, no da derecho a sentirse superior a los demás, ni a degradarles o humillarles. El sectarismo se comienza a vislumbrar cuando el etnocentrismo político hace acto de presencia en la batalla ideológica, aplicando con rotundidad «el nosotros» y «los otros» con la clara intención de manifestar la supremacía ideológica. A renglón seguido se produce la xenofobia política, es decir, se practica la exclusión social de quienes consideramos inferiores o diferentes.

En definitiva, el sectarismo político conlleva un proceso basado en el fanatismo, en la creencia de una ideología superior a la de los demás, en la diferenciación y etiquetado de las personas porque no piensan como nosotros y en la práctica excluyente, todo ello embadurnado por la incitación al odio.

Este es el panorama que nos encontramos en fechas electorales, pero también lo vemos habitualmente en determinados programas televisivos, en periódicos y en redes sociales. El sectarismo no se circunscribe sólo a la clase política, lo experimentamos en multitud de escenarios sociales donde se producen conductas que perjudican la convivencia. A la luz de los ciudadanos de a pie no se entiende que haya profesionales de la economía, de la educación, de la cultura, de la sociología, de la medicina, del medio ambiente, del periodismo... que siempre defiendan las ideas desde una perspectiva ideológica a la que están adscritos, a veces por motivos espurios relacionados con la búsqueda de un sillón como asesor, una subvención, un mejor puesto en la escala profesional, etc. En los debates o en sus escritos de opinión estrujan su inteligencia para buscar argumentos en contra de las ideas de los otros a los que consideran enemigos. Nunca hay una aceptación de las ideas ajenas, no importa si son loables, lo que se pretende es destruir al que se tiene como contrario.

Nos podríamos preguntar por qué sucede esto. Si lo consideramos desde la antropología filosófica se podría responder que es muy propio de la naturaleza humana el hecho de que existan los contrarios. Pero no nos podemos conformar con esta justificación, ya que en este devenir de los contrarios se produce mucho daño a muchas personas. Creo que es una degradación humana no defender ideas razonadas, coherentes y realistas sólo por el hecho de que pertenezcan a otro partido político diferente al propio; o no querer cooperar en el desarrollo de proyectos con otras fuerzas políticas porque no están en la propia circunscripción ideológica de derechas o de izquierdas; o difundir etiquetados ideológicos que perjudiquen a la persona en su dignidad. Este error manifiesto se vive en muchos ambientes sociológicos donde impera la máxima: si no estás conmigo estás contra mí.

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