Desigualdad no, desigualdades

Esa medida de los atributos que clasifica los individuos sólo en términos de renta resulta muy imprecisa

José Manuel Lasierra

José Manuel Lasierra

Se habla de la desigualdad como un obstáculo que dificulta la cohesión social y genera malestar y que es injusta casi por definición. Hay más consecuencias de la desigualdad, entre otras que desincentiva a los estratos más bajos de la escalera social y les reduce los estímulos de progresar y de impulsar el crecimiento y el bienestar. Otros creen todo lo contrario: la desigualdad es el acicate que impulsa a determinados individuos a ser más creativos y trabajadores porque recogen todo o la mayor parte del fruto de su esfuerzo o talento (o privilegios). Tradicionalmente, la desigualdad se ha medido casi exclusivamente en términos económicos.

En función de eso se han aplicado las políticas de tipo igualitario. O bien se trataba de redistribuir la riqueza con impuestos progresivos o bien de favorecer con el gasto público a determinados colectivos de rentas más bajas. La razón histórica de esta visión de la desigualdad era que los recursos económicos determinaban todos aquellos factores que situaban a los individuos de determinadas categorías y segmentos en el fondo de dicha escalera. En ese fondo no había de nada: ni salud, ni cultura, ni una red protectora. Un estado casi animal de mera supervivencia. La familia era, si podía, la única vía de ayuda y socorro mutuo.

Pues bien, esa medida de los atributos que clasifica los individuos sólo en términos de renta resulta muy imprecisa para clasificar a los grupos sociales y a los individuos en la escala social hoy en día. En otros tiempos el que no tenía recursos económicos, seguramente tenía mala salud, poca cultura y escasos conocimientos y unas relaciones sociales muy limitadas que no servían más que para el disfrute de las clases pudientes y para fomentar creencias religiosas que los anclaba aún más a esa situación de penuria. Para eso servían las fiestas o las romerías u otros eventos colectivos. Hoy en día se puede tener muy buena salud y aspecto físico muy saludable y no tener dinero. Lo mismo sucede con la cultura y con los conocimientos. No tienen una correlación con un patrimonio económico que te clasifica como rico.

Se habla de cuatro tipos de capital: el económico, el cultural, el social y el personal, relacionado este último con la salud y el aspecto físico. Se trata de cuatro capitales valiosos en la sociedad actual que no tienen por qué ir juntos al mismo tiempo. Para entendernos, ¿permite alguna ventaja en la sociedad actual ser guapo y tener un cuerpo atlético y ser culto? Seguramente lo primero da más ventajas y más satisfacciones personales, quizá por eso se va más al gimnasio que a las bibliotecas. O si disponemos de una serie de conocimientos que son muy valorados en el mundo del trabajo, el tipo de empleo, las condiciones laborales y los salarios seguramente permitirán llevar un nivel de vida elevado.

Estos cuatro tipos de capital se asocian a una serie de parámetros que determinan la posición del individuo en la escalera social. Por ejemplo, el tener poco capital económico y mucho capital cultural y conocimientos puede permitir a un individuo disponer de un empleo bueno, gratificante y disfrutar de la cultura. Quizá solo con mucho dinero y poca cultura no cabe aprovechar lo que el mundo de hoy ofrece. De acuerdo con ese esquema en Holanda han clasificado a su sociedad en ocho grupos que muestran condiciones de desigualdad diferenciadas en estos cuatro capitales. Estos ocho grupos son: los que poseen empleos altamente cualificados, jóvenes de familias ricas, pensionistas que poseen otras rentas, empleados medios que gozan de estabilidad, pensionistas con bajo nivel formativo, trabajadores inestables y trabajadores absolutamente precarios. Estos grupos tienen una percepción diferenciada de lo que hace su país por ellos, tienen una composición demográfica distinta (edad, sexo), se sienten de clases sociales diferentes y participan de forma diferenciada en la política y en los debates públicos. Es una sociedad definitivamente más compleja que la tradicional de los ricos y los pobres.

En este contexto, el reparto de la renta como política para reducir la desigualdad puede no ser muy efectiva. Para reducir la desigualdad se necesita delimitar con más precisión a los grupos, a las políticas y analizar todas sus consecuencias. La brocha gorda y fácil no es lo adecuado. Si me apuran, Piketty se equivoca. Lo digo porque últimamente y al hilo de las precampañas electorales se oyen demandas de lo que este economista propone: una herencia universal de 100.000 euros a los menores de 25 años. La diversidad que vemos en estos momentos en la sociedad responde a los patrones del individualismo de la sociedad liberal y también a unos nuevos parámetros de medir la desigualdad. El capital del siglo XXI no es el capital de Marx.

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