EL ARTÍCULO DEL DÍA

Cela, Pidal y Fraga

A finales de 1963 el mundo de la cultura y de la universidad se distanciaba cada vez más del franquismo

Cándido Marquesán

Cándido Marquesán

Para no acabar asfixiados en este tsunami electoral, realizaré una incursión en nuestro pasado reciente, del que podemos extraer algunas enseñanzas.

A finales de 1963 el mundo de la cultura y de la universidad se distanciaba cada vez más del franquismo. Muchos escritores fueron represaliados. Además, la presión exterior era creciente desde el «contubernio de Munich» en el verano de 1962. En abril de 1963 se añadió el fusilamiento del comunista Julián Grimau, pese a la multitud de peticiones para conmutar la pena de muerte. Desde el extranjero, se mandaron infinidad de telegramas. Entre los que se sumaron en España, no faltó Menéndez Pidal. Desde el gobierno, el encargado de justificar e intentar explicar que no había habido torturas fue el ministro Fraga. En rueda de prensa, prometió: «un dossier espeluznante de crímenes y atrocidades cometidas por este caballerete».

En este contexto, en octubre de 1963 se celebró en el hotel Suecia de Madrid un coloquio sobre Realismo y Realidad en la Literatura Contemporánea, auspiciado por el antifranquista Congreso para la Libertad de la Cultura radicado en París, en el que se habló mucho de política y surgió la idea de redactar otra carta a Fraga sobre los sucesos de Asturias, que firmaron 188 intelectuales, encabezaba por José Luis Aranguren. Fraga respondió con dureza y zanjando cualquier intento de diálogo: «Ante estas circunstancias, espero comprendan que me es imposible continuar dialogando sobre este asunto, ya que mi argumentación no es ni rebatida ni aceptada, situación que debo considerar como anómala en un grupo de personas que pretenden mantener el diálogo en nombre de la intelectualidad. (…) (Constato) que por parte de Vds., no existía ni existe un auténtico deseo de información sino simplemente el de producir un escándalo…».

En ese coloquio, uno de los implicados sin intervenir fue Camilo José Cela, el cual informaba al ministerio de lo ocurrido. Carlos Robles Piquer, director general de Información y cuñado de Fraga, elaboró, a partir de lo trasmitido por Cela y Armando Puente, dos notas internas para el ministro, del 16 y 17 de octubre de 1963. En la primera, Robles Piquer reproduce la información facilitada por Cela acerca de Aranguren o Laín Entralgo, comunicando el interés del novelista de reunirse con el propio ministro, y una sorprendente propuesta del autor de La Colmena de «recuperar» para el régimen a escritores mediante sobornos, más o menos disimulados. Sobre este asunto Robles Piquer es muy explícito, incluso de emplear fondos reservados.

A sus 95 años, Menéndez Pidal no estaba incluido entre las prioridades de los planes que se urdían en el Ministerio de Información y Turismo. Desde su carta de 1962, dirigida a Fraga, no había firmado manifiestos sobre las huelgas de Asturias. Quizás este hecho, sumado a su prestigio de sabio, a nivel nacional e internacional gracias a la película El Cid, animó a Fraga a intentar atraerlo, de otra forma, a la causa franquista, para compensar el desgaste del caso Grimau y de los sucesos de Asturias. De lograrse, habría sido un éxito pleno de simbolismo, como lo fue el autorizar, también en 1963, Cuadernos para el Diálogo y el relanzamiento de Revista de Occidente, en cuyo segundo número había un artículo de Menéndez Pidal.

En estas circunstancias, el 18 de diciembre de 1963, Fraga escribió a Menéndez Pidal, señalando que su ministerio iba a crear un nuevo Premio Nacional de Literatura con su nombre y que se dará anualmente al mejor estudio histórico. Se unirá a los Premios Nacionales de Literatura ya existentes: el Francisco Franco para ensayos de carácter político, social y económico; el Menéndez Pelayo para ensayos literarios; el José Antonio Primo de Rivera para poesía y el Miguel de Cervantes para novela. El Premio Menéndez Pidal será al historiador D. José María Jover, catedrático de la Universidad de Madrid.

Dos aspectos de esa carta llaman la atención: la fecha y la forma tan peculiar de Fraga de gestionar los Premios Nacionales de Literatura. La orden ministerial con los nombres de los galardonados se firmaba el último día del año y ya no faltaba nada para las fiestas navideñas. La propuesta del ministro hacía una interpretación muy laxa y a su manera de la convocatoria, puesto que las bases solo contemplaban cuatro modalidades: Francisco Franco, José Antonio Primo de Rivera, Miguel de Cervantes y Menéndez Pelayo. Además, se daba por descontado que Menéndez Pidal aceptaría un premio con su nombre y como un honor irrechazable, pero, ¿por qué Fraga esperó a tener el nombre del galardonado para escribirle? La intensidad de la coacción revela la clave de todo este episodio: el gran interés de Fraga de asociar para siempre el nombre de Pidal a los de Franco y Primo de Rivera. Esto serviría para ensalzar al régimen y ofrecer una imagen de modernidad; para desactivar las presiones de los intelectuales, no en vano Pidal había suscrito a Fraga cartas contra la represión en las cuencas mineras. Y además idóneo para un Gobierno que se preparaba para celebrar en 1964 los XXV Años de Paz, iniciativa del propio político gallego para contrarrestar las corrientes de opinión antifranquistas.

Pidal contestó a vuelta de correo:

«Mi distinguido y querido amigo: Estimo mucho el que Ud. se haya acordado de mí en manera tan honrosa; pero veo que no puedo aceptar ese honor. Muy agradecido de todo corazón».

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