Sala de máquinas

Pamparolas y girasoles

Juan Bolea

Juan Bolea

Una de las razones del actual éxito de las letras aragonesas descansa en sus excelentes y valientes editores. Entre los cuales me gustaría destacar por sus méritos, apuestas y catálogos a Marina Heredia, con su sello Los Libros del Gato Negro. Magnífica profesional, dueña de gran cultura literaria y de un exquisito gusto, Marina viene lanzando con éxito a nuevos talentos, prestando un impagable servicio a nuestra comunidad y poniendo de manifiesto la riqueza de nuestra cantera de autores.

Entre sus recientes descubrimientos literarios me ha interesado particularmente el trabajo de Leticia Crespo Mir. Autora a la que tuve el placer de acompañar en su presentación en María de Huerva, y que, en persona, me causó tan buena o mejor impresión que la que ya previamente me habían inspirado sus dos novelas, ambas publicadas en Los Libros del Gato Negro: El revoloteo de la pamparola y Girasoles violetas.

La apuesta de Leticia Crespo tiene mucho que ver con una Zaragoza que ella conoce a la perfección y valora y emplea como escenario novelesco. Desde esa óptica, a modo de lujoso y funcional atrezzo, ha ido incorporando a sus tramas elementos y atmósferas, monumentos, referencias y muchos «guiños» puramente zaragozanos. Así, por ejemplo, la incorporación del Teatro Principal, casi como un personaje más de El revoloteo de la pamparola; o, en Girasoles violetas, el acertado uso del tálamo funerario de Joaquín Costa en el cementerio de Torrero. Dichos iconos, en ambos y también en otros casos, quedan lejos de actuar como meros trampantojos, para, por el contrario, reforzar, subrayar, sombrear escenas de crímenes que, en la pluma de esta sólida autora, resultan muy marcadas, sustanciales a la par que enigmáticas, arrastrando al lector hacia la imperiosa y urgente necesidad de satisfacer su curiosidad por el desenlace de una historia que se irá complicando a medida que entre en acción Gemma Cuerda, la inspectora creada por Leticia para enfrentarse a las manifestaciones del mal y, de paso, a sus propios demonios.

Realismo, sí, pero no aquel realismo sucio de esa novela negra violenta o marginal, sino reflejo fiel, puntual, del trabajo policial y, en la medida en que la acción lo permite, introspección psicológica de un elenco de personajes variado y verosímil.

Mariposas (pamparolas), flores (girasoles)… pero también la imaginación y la dureza de la buena novela policíaca.

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