Votar un 23 de julio

Álvaro Sierra

Álvaro Sierra

Sánchez nos dice que hay que votar un 23 de julio en pleno verano porque España tiene que tomar postura. O su agraciada presidencia o la ola reaccionaria de la derecha. Si no conociéramos al personaje, diríamos que es una tomadura de pelo. Pero en este caso es incluso un fraude. Proponer votar en pleno julio tiene efectos en el comportamiento del voto. Una estrategia premeditada por Sánchez para que aumente la abstención, arrinconar a su izquierda para que no planteen una alternativa y no dar pie a que los barones –los que aún quedan– no decidan proponer otro candidato.

Votar un 23 de julio de manera premeditada por puro interés particular es un fraude que daña la calidad democrática. Celebrarlas a finales de julio no incita a la participación sino que la espanta. Habrá seis millones de desplazamientos en esas fechas y, con las vacaciones en la cabeza de todos ellos, nadie estará pensando en votar. Por muchas ganas que se le tenga a Sánchez, incluidos cientos de miles de socialistas. A eso habrá que sumar las altas temperaturas, que desaconsejan salir a la calle a ciertas horas, especialmente para las edades más avanzadas. O la complicación administrativa añadida de votar por correo.

Pero como siempre, primero va Sánchez y luego el resto del país. El intento de atornillar su liderazgo en un momento evidente de tsunami contra el PSOE es la vía de escape de un cínico con el poder. Todo por atornillar su presidencia al coste que sea y cuando sea. Ni para convocar unas elecciones generales, que Sánchez entiende como plebiscitarias –o él o el fascismo–, ha consultado con su Consejo de Ministros como dicta la ley. Todo esto retrata al personaje. Ya sea un 23 de julio, pero está en el voto la capacidad de reprobarlo públicamente. Y por última vez.

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