Las ‘papeletas’ son para el verano

Todavía no somos conscientes de lo que hemos avanzado progresando en derechos

José Mendi

José Mendi

Sabemos lo que queremos, pero no para qué lo queremos. Nuestro problema no es aquello por lo que trabajamos, sino la utilización que hacemos de lo que conseguimos. La frustración del fracaso la gestionamos con ansiedad si no accedemos a nuestro objetivo. Pero nos cuesta asimilar las instrucciones para controlar el uso y disfrute de lo que ya hemos atrapado. Nos angustiamos por lo que deseamos y nos desarbolamos con lo que poseemos. Una de nuestras respuestas preferidas es buscar la excusa de la desatención para huir de la responsabilidad. Ha sido sin querer. Es la frase infantil que más usamos los adultos para justificar los errores que huyen de la culpa. La intencionalidad es un asunto propio que pertenece a los demás. Otra paradoja que sumar al comportamiento humano. Hacemos demasiadas cosas sin querer, que salen mal. Y nos enorgullecemos poco de nuestros aciertos. Perdemos mucho tiempo soñando por lo que suspiramos y no aprovechamos la vida mimando lo que está en nuestras manos.

La sociedad está diseñada para que corramos jadeando tras las zanahorias de las metas. De este modo nos aceleran el cerebro para ejercer como sabuesos de deseos. La vida sería más sostenible si nos centráramos en las necesidades reales sin distraernos con espejismos de humo. Nos pasamos la existencia persiguiendo sueños y amanecemos cada día con cara de insomnio y gesto de pesadilla.

Las preguntas transcendentales de la filosofía nos interrogan sobre quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Pero las incógnitas de andar por casa nos hacen dudar de cómo y para qué utilizamos lo que ya tenemos. Hay personas que parecen instituciones con patas. Tienen un magnífico presupuesto de ideas en el armario, pero no aciertan con la ropa adecuada para la decisión de cada jornada. Parece más sencillo elegir un horizonte de vida que un plan para el fin de semana.

En realidad, queremos lo que no tenemos porque así nos evadimos de gestionar el control de lo cotidiano.

Lo esencial es visible a los ojos pero etéreo para el cerebro. Siento llevar la contraria a la manida frase de Saint-Exupèri en El Principito. Acercando la mirada a las pupilas, sabremos para qué fijamos la atención. Si sólo confiamos en las impresiones que nos transmiten los demás, nuestra personalidad se resiente. La inteligencia artificial más peligrosa no proviene de los que programan máquinas sino de quienes nos programan ideas. Describen la realidad virtual, como si fuera objetiva, para que percibamos lo que les interesa y respondamos como les renta.

Si hay que tomar una decisión libre, en beneficio de unos pocos, mejor que la democracia parezca un accidente. La magia distrae tu mirada para meterse en tu cerebro. Si convertimos cada día en un escenario, y además pagamos la entrada, corremos el riesgo de creernos la obra. Que se lo digan al Opus. La función de los poderosos es la defunción social de los oprimidos. Nos tunean la información para que respondamos con sus ideas.

De esta forma no somos conscientes de lo que hemos avanzado progresando en derechos. Nos parece tan normal que hoy haya menos paro y más contratos indefinidos, que no valoramos lo que ha costado llegar hasta aquí. Como la educación pública. O la salud que sólo echamos de menos cuando nos falta. Y entonces, si no nos hemos cuidado previamente con un ejercicio sano de participación, corremos el riesgo de perder calidad de vida. Damos por hecho que siempre existió un salario mínimo interprofesional como el actual y que las pensiones se incrementaban antes igual que ahora. Los agoreros de su propio interés nos inundan de preguntas, para confundirnos sobre la realidad, de forma que no seamos conscientes de lo bien que estamos.

Les gusta malmeter y mentir, pero no les digas de debatir. Cierto que todo es mejorable y muchos necesitan respirar con más capacidad pulmonar. Pero hay oxígeno en nuestra sociedad. Incluso en los malos momentos las botellas de respiración asistida nos han permitido seguir vivos.

El protagonista de la obra teatral de Fernando Fernán Gómez Las bicicletas son para el verano sabía perfectamente para qué les pedía a sus padres que le compraran una bici. Es lo que tiene el amor en la adolescencia. Siempre va sobre ruedas. Cambian los vehículos pero no los sentimientos. Si tenemos claro para qué queremos el verano, sobran pataletas y necesitamos papeletas. Lo que me recuerda que iba a escribir sobre las elecciones y me he quedado sin espacio. Por pedalear tan deprisa, en palabras hago sisa.

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