El Periódico de Aragón

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Rafael Sánchez Sánchez

TERCERA PÁGINA

Rafael Sánchez Sánchez

El final del verano

Nos despedimos de esas sensaciones que nos han pellizcado en lo más profundo

Hay dos canciones relacionadas con este tiempo de estío que me fascinan y nunca me canso de oírlas: una de ellas se titula El final del verano, del Dúo Dinámico; la otra, Días de verano, de Amaral. Si me preguntaran por qué razón, no sabría responder con argumentos objetivos, sólo puedo decir que la fibra sensitiva se activa en mí cuando las oigo. Estas dos canciones y otras muchas, que ahora no es el momento de enumerarlas, estimulan mis recuerdos y mis vivencias.

Ahora, tras dos años desde mi jubilación, mientras escribo este artículo, pienso que el tiempo de este verano se nos va, como se nos han ido otros muchos. Atrás va quedando ese transcurrir de los días hechos vida. Como en estas dos melancólicas canciones, cada cual nos despedimos con cierta tristeza de esas sensaciones que nos han pellizcado en lo más profundo de nuestra piel, en estos meses de estío. Con el paso de los años, a medida que envejecemos, tenemos el riesgo de que esa epidermis nuestra se endurezca de tal manera que no permite la entrada de esas emociones que nos cosquillean por dentro.

Es posible que algún lector mientras lee este artículo, su ceño y la comisura de sus labios evidencien una medio sonrisa sarcástica por lo que digo, pero habrá otros que conforme van leyendo, su corazón, su alma y su mente experimentan el recuerdo de esas sensaciones vividas en éste o en otros tórridos veranos, sintiendo en su interior cómo se va el tiempo que queremos atrapar.

En mi caso, siempre que el verano se va, siento una cierta melancolía, me vienen recuerdos de mi vida; aquella infancia de piscina, de juegos, de noches a la fresca; recuerdos de mi adolescencia y juventud, descubriendo la amistad del grupo, las rebeldías, la música, el deporte, los primeros amores; recuerdos de la edad ya adulta en los que el verano se convierte en un afán por desconectar de las obligaciones profesionales, descansar física y psicológicamente y dedicar tiempo de calidad a nuestra familia y a nuestras amistades.

Este año, como otros muchos, paso el verano en Épila, un pueblo rural al que estoy vinculado desde hace cuarenta y cuatro años. Frente a las noticias de los telediarios de nuestro país, donde vemos cómo las playas, los aeropuertos, las carreteras, todo es un hervidero de personas veraneando, y todos quejándose de la carestía de la vida, yo me siento muy feliz en esta histórica villa, disfrutando de un ambiente tranquilo, echándome unas cervezas con los amigos, conversando sobre lo divino y lo humano, paseando desde el pueblo hasta el barrio de la azucarera y la estación del ferrocarril, unos cinco kilómetros de ida y vuelta, con un entorno natural de una gran vistosidad, que me permite disfrutar de los campos de cultivo, del puente romano sobre el río Jalón, del paseo de plataneros a ambos lados de la calzada y de la arquitectura de la industria azucarera, cerrada en los años setenta del siglo pasado, que tanto esplendor económico y social aportó a este pueblo y a Aragón en la primera mitad del siglo XX.

Además, si hay un interés cultural, se puede conocer el conjunto arquitectónico de la villa, destacando la iglesia Santa María La Mayor, de estilo neoclásico, que conserva importantes tesoros en su interior; el palacio del conde de Aranda, un majestuoso edificio que representa el poder de sus dueños en aquella época renacentista; el convento de la Concepción, unido al palacio por un pasadizo. Incluso nos podemos interesar por personajes importantes que esta villa ha dado al mundo, entre otros: san Pedro Arbués, presbítero, canónigo de la Seo e inquisidor de Aragón; Silvestre Pérez, prestigioso arquitecto, representante del neoclasicismo español; Mariano Gaspar Remiro, famoso hebraísta y arabista en su época y miembro de la Real Academia de la Historia… y algún coetáneo nuestro como el pintor Natalio Bayo.

Antes de terminar este artículo he vuelto a oír las canciones del Dúo Dinámico y de Amaral, y mi fibra sensible se activa, y siento con nostalgia el final del verano, pero queda el recuerdo de muchos días llenos de vivencias, las más importantes: aquellas que he vivido con los abuelos, con mi mujer, mis hijos, mis nietas, con los vecinos en la fresca y las charradas con los amigos… ¡Ah¡, y he dejado de ver los mensajes tóxicos que me llegan en un verano revuelto por lo político y lo mediático.

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