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Jorge Latre

EL ARTÍCULO DEL DÍA

Jorge Latre Galicia

Abogado

Pan y circo, circo y pan

¿Por qué lo hemos aceptado? ¿Por qué tenemos que seguir aceptándolo? ¿Por qué no acabar ya?

En la Antigua Roma, los emperadores utilizaban el pan y el espectáculo de los circos para mantener a la población feliz y distraída, en una burbuja, ajena a la realidad que les rodeaba, controlando de este modo a la población. 16 siglos después el esquema sigue siendo el mismo, porque vivir no es tan difícil con los ojos cerrados.

Y es que mientras decenas de miles de ciudadanos protestaron enérgicamente en 2017, y lo hacen ahora, en pro del mantenimiento de un mínimo de unidad administrativa que ya tan solo se mantiene en (algunos) libros de texto, otros siguen obteniendo grandes privilegios de carácter económico que no hacen sino acentuar las enormes desigualdades existentes entre las gentes que habitan los diferentes territorios, perpetuando su posición de privilegio respecto del resto. Y, lo que es peor, a costa del resto. De ellos y de sus descendientes, como siempre, como hasta la fecha.

Tras décadas de innumerables concesiones, la cuestión no tiene fin. Siempre va a más. Y a menos en los demás. Y en el entre tanto focalizamos nuestra atención y energía en discusiones completamente banales y vacías, en pseudointerpretaciones torticeras y retorcidas en base a comas y tildes, en hechos que sucedieron en el año 1714, en si más de 5.400 jueces y magistrados, con una trayectoria profesional intachable que han realizado un esfuerzo y sacrificio encomiable para alcanzar su posición, deben o no someterse al control de un Parlamento compuesto por diputados cuyo pobre bagaje intelectual, nula independencia y autonomía personal y sometimiento a sus élites, debidamente elegidos y seleccionados para ello, les muestra osados, irreverentes y contestatarios frente a posicionamientos de absoluta racionalidad en cualquier otra parte del mundo.

En protestas y algaradas callejeras completamente impostadas, en si una bandera entre 3.300 se eleva a categoría. En aspirar a condonaciones ínfimas y completamente ridículas que sí o sí acabaremos pagando entre los de siempre.

Y todo ello se plantea además desde la superioridad moral, que trata de ensombrecer la absoluta inmoralidad de todos aquellos que ahora aplauden lo que hace escasos tres meses parecía poco menos que algo diabólico. Retratando apretones de manos en los que se esbozan sonrisas que dejan petrificados a aquellos que intuimos con auténtico temor sus consecuencias.

Como si privilegiar al privilegiado fuese moderno (me niego a utilizar nunca jamás para referirme a todo lo que acontece el término progresista). Y además urgente y necesario. Como si, a contrario, la reclamación que emerge desde el débil solo pudiera esperar y confiar en la dádiva, en la caridad, en el subsidio. No en la obligación y en el compromiso. Como si hubiera mayor derecho, como si existiese un derecho natural única y exclusivamente en una parte de la población. Con perspectiva, no es necesario echar la vista atrás para afirmar que jamás existió igualdad de todos ciudadanos. La igualdad solo puede apreciarse en igualdad de condiciones y partimos de tan magna brecha que resulta irrisorio invocar la misma.

Frente a las haciendas propias, en plural pues ya hay dos separadas del resto y vamos a la tercera, se mercadea con pilares básicos de nuestro Estado del bienestar cuando se pone en la ecuación la cesión de la gestión de la seguridad social, las becas, la investigación y el desarrollo, las infraestructuras. Y mientras el resto llevan y levamos años anhelando un tren que no se pare, interconexiones reales y viables con Francia, justi-precios que equilibren décadas de destrozo sociológico consecuencia de fomentar una inmigración interior infame, a cuyos hijos y nietos han hecho abominar de sus orígenes en pro de una integración nunca pretendida.

Pertes que efectivamente incentiven las inversiones en territorios desfavorecidos mediante el retorno de sus hijos emigrados (digno de elogio, hay que ser muy valiente para promover lo que pretende Stellantis). Eso sí; la energía verde de la que tanto presumen para sus factorías la generaremos en terrenos baldíos en los que sus gentes aceptan sin reparos grande líneas de evacuación, molinos por doquier que colonizan un paisaje solo recordado y querido por unos pocos.

Y ahora me pregunto, ¿por qué lo hemos aceptado? ¿Por qué tenemos que seguir aceptándolo? ¿Por qué seguir admirando y elogiando a aquellos cuya actuación tanto nos perjudica? ¿Por qué no acabar ya?

Continuará.

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