Los dos debates de investidura celebrados desde las elecciones de agosto han reducido y comprimido el tiempo político a la escueta y electiva fórmula de nominar nuevo presidente, relegando cualquier otra urgencia social o grave asunto de gobierno a futuros por planificar. Desde el pasado verano, el país está varado a las orillas de esos dos partidos grandes —no tanto grandes partidos—, PSOE y PP. Cuyos pastos, graneros y rebaños, como separados por un muevo mar Rojo, no forman ya parte de un mismo territorio. La drástica división en dos bandos, en dos Españas, no ha sido causada por un fenómeno bíblico, por una guerra, un éxodo o una plaga, sino por el sistema representativo bicameral que impide gobernar al partido más votado a menos que sume mayoría absoluta. Sistema que todo el mundo, a excepción de la casta pública, quiere cambiar, pero que –¡desengáñense!– no se va a modificar.
Para ello, habría que limitar los privilegios de cuatro tribus periféricas, modificar la ley electoral, reformar la Constitución y proceder a convocar a la nación a un referéndum en el que más de uno querría colocar consultas sobre autodeterminaciones o sobre la propia monarquía… Pasos que Feijóo y Sánchez, incapaces de acercarse el uno al otro, no darán juntos. Durante sus debates de investidura ha podido apreciarse cómo ambos candidatos dominan la técnica de atacar al adversario hasta extremos parapoliciales, sembrando toda clase de dudas sobre sus comportamientos y ambiciones, actitudes y relaciones, intentando destruir el prestigio y crédito del líder contrario.
De sus respectivos programas, en cambio, apenas nada ha podido conocer el elector. De los problemas del país que pretenden gobernar apenas se esbozaron unos pocos, y ni siquiera los más importantes. De las estrategias económicas y políticas a seguir, de nuestra participación en el concierto internacional, del paro y del empleo, de la sanidad y de la cultura casi no se habló, como si lo único importante fuera sumar ese puñado de votos que tanto Sánchez como Feijóo se mostraron desde un principio dispuestos a negociar en el mercado negro, dependiendo del precio y la forma de pago. Sánchez con amnistía, Feijóo con ministerios. La política es un zoco, pero España debería ser un proyecto. H