Opinión
Los tumultos impulsan el progreso
Hay dos tipos de reacciones: las que se ejercen sobre los hombres y las que tienen como objeto las ideas
Nos han convencido. La protesta es injusta, cuando hay suficientes razones que la justifican. Desigualdad, exclusión, injusticia, corrupción, cambio climático, guerras… Pero, esto es lo que hay. Resignación. Según Marco d´Eramo, nos dicen que los revolucionarios de todos los tiempos siempre han generado monstruosos tiranos. Es una operación repetida desde la historiografía de la Revolución francesa de 1789, por la que nos recuerdan a los aristócratas asesinados por el Terror jacobino, pero nos ocultan las masacres aún más sangrientas de los termidorianos, el llamado «terror blanco». Los revisionistas de la Revolución francesa, como Francois Furet, realizaron una operación selectiva, convirtiendo a Marat, Saint-Just y Robespierre en monstruos y santificaron al abate Sieyès, el monje termidoriano que, junto a Fouché, organizó el golpe de Estado del 18 de Brumario de 1798, que llevó al poder a Napoleón. Estos olvidan que, si hoy no somos súbditos, si no somos analfabetos, si hay un mínimo de democracia, se lo debemos a las revoluciones y a la francesa en primer lugar. Y también a la Revolución rusa que condiciona todo el siglo XX.
El miedo a esta propició las reformas en el mundo occidental, obligando al capitalismo a hacer concesiones a las clases trabajadoras, como el Estado del bienestar. Según Mercè Ibarz todos nosotros somos hijos de Stalin. Tras la caída de la URSS sin revolución posible en el horizonte, la frustración de los trabajadores dejo de ser peligrosa. El neoliberalismo se desbocó. Una visión muy certera de lo ocurrido en estos dos siglos la hizo Josep Fontana: «Desde 1789 hasta el hundimiento del sistema soviético las clases dominantes europeas han convivido con unos fantasmas que atormentaban frecuentemente su sueño: jacobinos, carbonarios, anarquistas, bolcheviques..., revolucionarios capaces de ponerse al frente de las masas para destruir el orden social vigente".
Este miedo les llevó a hacer concesiones que hoy, cuando no hay ninguna amenaza que les desvele, –todo lo que puede suceder son explosiones puntuales de descontento, fáciles de controlar–, no necesitan mantener.»
Los revisionistas olvidan que el principal exponente del liberalismo moderado moderno, Benjamin Constant (1767-1830), advertía ya en 1797 contra el deseo de restaurar el ancien régime y sus privilegios a toda costa: «Cuando una revolución, impulsada más allá de sus límites, se detiene, vuelve a reducirse inmediatamente a sus límites. Pero no nos conformamos con reducirla. Se retrocede tanto cuanto se ha avanzado. Termina la moderación, dan comienzo las reacciones. Hay dos tipos de reacciones: las que se ejercen sobre los hombres y las que tienen como objeto las ideas… Las reacciones contra los hombres perpetúan las revoluciones, porque perpetúan la opresión que es su germen. Las reacciones contra las ideas vuelven las revoluciones infructuosas porque restauran los abusos. Las primeras devastan la generación que las experimenta; las segundas pesan sobre todas las generaciones. Las primeras provocan la muerte de los individuos; las segundas aturden a la especie entera». Es hermoso ver cuán extremistas eran los moderados de hace dos siglos.
En estos momentos que se ha producido el triunfo apabullante de los poderosos sobre los súbditos, como consecuencia de la contrarrevolución neoliberal, conviene recordar que las sociedades nunca han avanzado sin conflicto, sin lucha, sin insurrección, sin una revuelta de los dominados sobre los dominadores de los innobles contra los nobles, por usar los términos de Nicolás Maquiavelo, el primer filósofo de la historia ( y uno de los pocos) que dio un juicio positivo sobre los tumultos, ya que los tumultos entre los nobles y la plebe fueron la causa principal de la libertad de Roma.
La historia nos debería enseñar. Hoy la irresponsabilidad, insolidaridad y ceguera de las élites les impide ver que bajo sus pies se está forjando una bomba de relojería, presta a explotar. No obstante, algún miembro de esas elites con una dosis de sensatez percibe que esta extrema desigualdad es insostenible. El multimillonario norteamericano Nick Hanauer, que vendió Microsoft en 2007 por 6.4000 millones de dólares, tiene un artículo Las Horcas están viniendo ... Para nosotros Plutócratas. Avisa que si la situación no cambia rápido se volverá a la Francia en el siglo XVIII, la anterior a la revolución. Advierte a sus colegas: «despertad, esto no va a durar». Por ello, pide medidas urgentes y efectivas para acabar con la enorme desigualdad porque si no se actúa: «Las horcas (en referencia a la herramienta de labranza) vendrán a por nosotros. Ninguna sociedad puede aguantar esto». En una sociedad altamente desigual, solo puede darse o un estado policial o una revolución. No hay más posibilidades.
Nuevo recurso a la historia. Las reformas sociales de la posguerra en Europa se instituyeron en buena medida como barrera para impedir el regreso de la desesperación y el descontento. El desmantelamiento de esas reformas sociales, por la razón que sea, no está exento de riesgos. Como sabían ya muy bien los grandes reformadores sociales del siglo XIX, la cuestión social, si no se aborda, no desaparece. Por el contrario, va en busca de respuestas más radicales. Por ello, debieran abordarla, si no lo hacen desde la ética, por lo menos debieran hacerlo desde la prudencia.
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