Opinión

Entre la seguridad y el populismo

El pasado domingo 4 de febrero, el presidente de El Salvador Nayib Bukele fue reelegido presidente por el 85% de los votos. Sin pestañear, sin hacer campaña electoral. El pueblo salvadoreño le otorgó un nuevo mandato que su Constitución limitaba. No hizo falta violentar las instituciones, el equivalente a nuestro Tribunal Constitucional, reinterpretó su carta magna y le dieron el plácet para repetir el mandato.

La militarización del país, las cárceles repletas, con más de 70.000 presos sin ningún derecho y la seguridad ciudadana le han dado tal ola de popularidad que sin cerrar las urnas ya festejó los resultados. Un país en el que, a cambio de poder caminar seguro por las calles, se están desmantelando los derechos democráticos y, salvo las urnas del domingo, todo lo demás se asemeja a una dictadura.

Así es como mueren las democracias actualmente. Los golpes militares o las revoluciones violentas ya no son frecuentes, salvo en países del África profunda o el lejano oriente. Ahora mismo, en la mayoría de estos países se celebran elecciones con regularidad y los golpes contra las democracias no los provocan generales y soldados. Son los propios gobernantes elegidos por la población los que subvierten las instituciones democráticas. Es el caso de Nicaragua, Venezuela, Hungría, Filipinas, Perú, Turquía, Rusia, la antigua Ucrania... En todos ellos el retroceso democrático comenzó en las urnas y partiendo de esa apariencia democrática van destripando el sistema hasta dejarlo sin contenido.

Los ciudadanos no caen en la cuenta de lo que está ocurriendo. Es con el paso del tiempo cuando la cruda realidad les hace muy difícil rebobinar lo perdido. Porque se mantienen formalmente elementos democráticos, hay medios de comunicación afines (los críticos suelen ser perseguidos), hay opositores políticos (que son encarcelados o procesados si se presentan a las elecciones), siempre tienen algún enemigo exterior o interior del que proteger la patria y a los ciudadanos, el imperialismo americano, financieros autóctonos, otro país fronterizo, las migraciones, el desorden político anterior, la inseguridad, las mafias...

¿Es vulnerable a este tipo de regresión la democracia española? Creo que no. Nuestro sistema es fuerte y está consolidado. Lo hemos comprobado en estos 46 años de vida constitucional en los que se ha hecho frente a situaciones dificilísimas. La derrota del terrorismo etarra, la derrota del golpe de Estado del 23-F, la desactivación de los distintos intentos golpistas de los años ochenta, los problemas con el independentismo catalán, hasta el mismo desarrollo autonómico es un triunfo democrático. Al mismo tiempo, se han ido desarrollando unos contrapoderes y una sociedad civil que equilibran, de algún modo, las posibles desviaciones o aspiraciones caudillistas que en la interpretación de la Constitución se puedan dar. Salvo algunos iluminados que nos amenazan todos los días con la ruptura de España, la venta de la misma a no se sabe que enemigos y el catastrofismo económico en el que estamos metidos, lo que percibo es un país laborioso, solidario, preocupado por la economía familiar, el paro, los sobrecostes de la cesta de la compra, los salarios, el medio ambiente, el futuro de los hijos o los jóvenes..., preocupaciones muy semejantes a los de cualquier otro ciudadano de los países de la Unión Europea.

Pero no es menos cierto que están apareciendo otros muchos peligros en el funcionamiento de nuestra democracia. La confrontación política está conllevando la aparición de grupos muy polarizados que, fundidos por la hostilidad hacia personas o ideas, los señalan como enemigos a los que hay que castigar, el feminismo, la cultura, los independentistas catalanes, los progres, los políticos de todos los partidos, los sindicatos, las organizaciones no gubernamentales, los inmigrantes… Como también hay minorías que por sus posiciones estratégicas, los agricultores, los transportistas, son capaces de torcer modelos de desarrollo suficientemente respaldados por la población, como es la lucha contra el cambio climático o las políticas comerciales con otros países en desarrollo. Por no hablar de las minorías políticas que con un puñado de votos imponen sus postulados políticos. Aunque la democracia también consiste en evitar las tiranías de las mayorías.

Sin duda el mayor problema con que se encuentra el sistema democrático en general, es la ola de populismo que contamina el mundo . Con soluciones simples a problemas complejos las derechas extremas subvierten constantemente modelos de convivencia, de desarrollo económico, de prevención medioambiental, mercadean con los derechos humanos y convierten su gestión política en las instituciones que ocupan en un agitprop de sus casposas ocurrencias a costa de los impuestos de los ciudadanos. Las imágenes del consejero de agricultura del Gobierno de Aragón , arengando a los agricultores que cortaban el tráfico sin autorización alguna, en contra de la PAC y las políticas agrarias comunitarias que suponen más del 60% del departamento que él debe gestionar, son tan patéticas como irresponsables.

Pero hay más, con una justicia descabezada por la no renovación del Consejo General del Poder Judicial en cinco años, una parte minoritaria pero muy influyente de la justicia, está atribuyéndose una misión salvadora del Estado que no le corresponde y puede derivar en lo que algunos ya lo denominan como el partido judicial, que solo puede servir para aumentar su descrédito y el descrédito del sistema.

Sospecho que los ciudadanos queremos un funcionamiento más eficaz de la democracia, sin mentiras y redes que la intoxiquen, con consensos en los temas fundamentales, y el cumplimiento estricto de la Constitución y de los acuerdos con la UE. Pues eso.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents