Opinión | SALA DE MÁQUINAS
Palestina
Al anunciar la decisión del Gobierno español de reconocer el Estado Palestino, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha tenido una iniciativa tan justa como oportuna.
Lamentablemente, no han sido muchos los países europeos que han secundado esa iniciativa –tan sólo, por el momento, Irlanda y Eslovenia–, pero, probablemente, algunos más se unirán a una medida que parece imprescindible para intentar pacificar el hoy principal foco de conflicto de Oriente Próximo.
La actual posición del PSOE no es nueva. Desde los albores de la Transición política, la España socialista se manifestó proclive a apoyar a los palestinos en sus demandas identitarias y territoriales. También la UCD de Adolfo Suárez y de Paco Fernández Ordóñez consideró que, como población autóctona de buena parte de lo que hoy es Israel, a la nación palestina le correspondía algo más que un asentamiento provisional en forma de reserva humana. La progresiva aparición del fenómeno terrorista, con bandas armadas y ataques a las ciudades y a los ciudadanos israelíes ha ido retrasando ese proceso de reconocimiento internacional, nada sutilmente dilatado por Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y otros poderosos aliados de Israel.
Sus tentáculos de poder han alcanzado asimismo centros sensibles en España, donde su genocidio no es lo contundentemente condenado que debería. Ese poder al sol y a la sombra, con las armas en una mano y la diplomacia en la otra, ha estallado contra los palestinos en forma de planificada masacre de su población. A la que se está, bien asesinando, bien obligando a abandonar la tierra que Israel quiere para sí.
Es por eso que, o Pedro Sánchez y los países pro-Palestina se dan prisa en reconocer su Estado o lo van a encontrar ocupado por los tanques, los soldados y los colonos de Israel. El propósito de Netanyahu, de su Ejecutivo y de su ejército no es otro, como a la vista está, que el de expulsar a los palestinos a Jordania, a Egipto o allá donde puedan exiliarse, para ellos crecer territorialmente. Con su siniestro apéndice de limpieza étnica, ganar terreno cultivable y costa mediterránea donde establecer nuevas urbes y puertos es el primer objetivo de esta penúltima guerra de los judíos.
Que, como las anteriores, van a ganar.
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