Opinión | SALA DE MÁQUINAS

Injusticia y error

La inquietante, absurda y patética situación que vive Cataluña, políticamente hablando, tiene su origen en los constantes errores de los principales partidos españoles y de sus líderes, de Felipe González a Mariano Rajoy, de José María Aznar a Rodríguez Zapatero. Ninguno de los cuales, ni en los ochenta, ni en los noventa, ni en lo que llevamos de siglo XXI ha sabido ceñir el Estado de las Autonomías a ese espíritu de igualdad que señala la Constitución como el más inalienable de los derechos de cualquier ciudadano español.

La discriminación positiva, el favoritismo y trato de privilegio a la Generalitat comenzó con la división de España en dos clases de autonomías. El castigo a las comunidades de la llamada «vía lenta», entre las cuales –cruel, injusta, inconcebiblemente– se penalizó a Aragón, marcó el principio del fin de una igualdad constitucional que, en puridad, nunca llegó a aplicarse. Por entonces, a comienzos de los ochenta, no había en Cataluña, ni en el partido de Pujol ni en Esquerra Republicana un solo independentista activo. A pesar de ello, se concedió a la Generalitat, y desde el origen mismo de la Transición, un régimen de autogobierno con el que ni siquiera los cantones suizos o lander alemanes habrían podido soñar.

¿Por qué?

Esa pregunta sigue sin contestarse hoy. La táctica de los partidos catalanistas no ha variado un ápice. A cambio de apoyar al gobernante en España con sus cuatro votos mal contados, legislatura tras legislatura han venido recibiendo, sin límite, competencias y financiación. De vez en cuando el presidente español de turno afirmaba que eso se iba a acabar, que en adelante habría café para todos, un cambio de la ley electoral, una reforma federal que igualase el nivel competencial, una compensación en derechos históricos a las comunidades maltratadas... pero al final seguía haciendo lo mismo que el anterior, esto es, hinchar de dinero a los «hijos» de Pujol y a los «primos» de ERC.

Todo este inmenso error e innecesaria injusticia se solucionaría si los dos grandes partidos, PSOE y PP, con esos dos supuestos hombres de Estado que son Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez, pactasen acabar con todo privilegio o «singularidad» y gobernaran con la debida proporcionalidad. De lo contrario, gente como Rufián o Laura Borrás seguirán perjudicando (digámoslo suavemente) las instituciones del Estado.

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