Opinión | al trasluz

Si todo lo que tenemoses eso…

Si todo a lo que aspiramos es a saber quién gana en audiencia, habida cuenta de que se trata de contenidos mediocres, no es mucho lo que tenemos

Hace unos días me decidí a hablarles del Tikkun Olam hebreo o, lo que es igual, de la idea de reparar el mundo. Hoy cambio de cultura, pero no de tercio. Quisiera aprovechar una de las muchas enseñanzas que la cultura tradicional japonesa pone a nuestro servicio: kaizen. La palabra kaizen esconde o acoge, según se mire, toda una filosofía de vida. Kai significa cambio y zen, bueno o para mejorar, por lo que kaizen se traduce como mejora continua o cambio para mejorar. El llamado método kaizen no es ajeno al mundo empresarial; al contrario, grandes corporaciones como Toyota lo implementan y desarrollan desde hace tiempo en todas sus factorías y niveles de creación y producción.

Dado el objetivo de la optimización de los recursos y del tiempo propio de toda empresa es bastante lógico que el método haya tenido tanta repercusión en aquel país. Con todo, el sistema kaizen va mucho más allá de lo productivo pues por sí mismo supone toda una forma de enfocar y vivir la vida. Su fortaleza consiste en la convicción de que la mejora continua en pequeñas cosas, detalles, acciones, si se ejercita de manera constante, el resultado es acumulativo, lo que significa que los cambios para bien, esto es, los beneficios serán visibles a largo plazo. Los italianos, sin llegar a hacer del asunto una categoría, han recogido el mismo, o parecido, pensamiento en una conocida máxima: Piano piano si arriva lontano basado en Chi va piano, va lontano. En román paladino: Despacio, despacio se llega lejos y el que va lento va lejos. Es verdad que los italianos introducen el factor tiempo como elemento de calidad pues lo que tratan de transmitir es que si queremos que las cosas estén bien hechas es necesario hacerlas con calma, con tiempo.

Unos y otros, japoneses e italianos, registran en su idioma la importancia de dar pasos, pasos lentos nos aconsejan desde Italia, encaminados a obtener a largo plazo, sin prisa, una mejora clara y significativa de aquello en lo que andemos metidos. Hasta aquí no puedo estar más de acuerdo. No en vano ha ido adquiriendo una importancia creciente el slow movement o movimiento lento, en contraposición a la cultura de lo inmediato; es decir, la corriente cultural que promueve y defiende reducir el acelerado ritmo de vida en que nos hallamos sumidos demasiadas personas. No obstante, no puedo evitar caer en la cuenta de que tanto el kaizen como la recomendación italiana y la reivindicación de la lentitud pueden y de hecho creo que también cursan en sentido contrario.

Me explicaré. Tengo la sensación de que, de un tiempo a esta parte, de forma más o menos lenta, a veces casi imperceptible, a pasos sigilosos hemos ido empeorando en diversos ámbitos. Pienso, por ejemplo, en la programación televisiva. Confieso, desde ya, que no soy la persona más adecuada para hablar de televisión pues no padezco. Imagino que los diferentes canales, sean públicos o privados, incluyen en sus parrillas algunos programas de calidad, no lo pongo en duda. Otra cosa es la proporción o la porción de tiempo que se dedica a ellos y la franja de tiempo en que se incluyen. Me basta consultar la programación que cada día aparece en la prensa para tener cabal noticia de que, con toda seguridad, en lo que a televisión se refiere nuestros pasos han ido a peor.

El lugar protagonista que en otros momentos llegaron a ocupar La Clave de Balbín o ¡Qué grande es el cine!, de Garci, hoy se lo disputan, como si de una carrera se tratase, programas de entretenimiento bastante insulso y simple auspiciados por distintos grupos de poder con la pretensión de «ganarse» a la audiencia como paso previo a ganarse al electorado. Lejos de mi ánimo está el dar más publicidad a la lucha entre algunos programas y sus presentadores, a ellos no les hace ninguna falta y al resto ningún favor.

La cuestión es: si todo lo que tenemos es eso, si todo a lo que aspiramos es a eso, a saber quién se llevará el gato al agua, quién gana en audiencia, habida cuenta de que se trata de contenidos mediocres, sin trascendencia ni profundidad alguna, no parece que sea mucho lo que tenemos y, lo que es peor, no parece que sea mucho lo que queremos. Tal vez podríamos tratar de revertir el camino y, a pequeña escala, dejarnos influir un poco más por el kaizen. Con un poco de suerte alguien notará alguna mejora de aquí a un tiempo.

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