Opinión | EL ARTÍCULO DEL DÍA
Presente y futuro de la inmigración en España
En los últimos meses el debate en torno a la inmigración está ocupando un lugar central en la agenda política tanto nacional como europea. No resulta extraño que esta mayor presencia en los medios pueda estar generando cierta alarma social sobre un fenómeno cargado de tópicos. Por suerte, la producción científica que desde hace tres décadas estudia los procesos de integración de este colectivo en nuestro país es sólida. Actualmente en España residen cerca de nueve millones de inmigrantes, en torno al 18% del total de la población. Esta cifra no nos hace diferentes del resto de democracias avanzadas, más bien al contrario, nos iguala. Tras más de dos décadas de intensos flujos migratorios, podemos afirmar que la inmigración constituye una parte estructural de la sociedad española.
Cerca de cinco millones de personas procedentes del extranjero trabajan en España, la mayoría en sectores esenciales y de difícil ocupación con la mano de obra autóctona. Los inmigrantes que provienen de países con un nivel de renta bajo acceden en su mayoría al mercado de trabajo a través del segmento secundario, es decir, de las ocupaciones menos cualificadas y con condiciones laborales más precarias. Se ha comprobado que conforme transcurren los años de residencia en España la primera generación de inmigrantes converge con la población autóctona en términos de trabajar, pero no en lo que respecta a la calidad del empleo, algo que la condena en épocas de recesión económica.
Afortunadamente, el anterior escenario mejora con los más jóvenes. Múltiples estudios revelan que la desventaja de los inmigrantes desaparece entre quienes llegaron a España a una edad temprana y aquellos que directamente nacieron en nuestro país, es decir, la segunda generación. En términos absolutos continúa existiendo una sobrerrepresentación de este grupo en los empleos más inestables. Pero, una vez se controlan las diferencias de composición con respecto a los nativos (como el origen social, el nivel educativo, la estructura del hogar, etc.), la conocida como «penalización inmigrante o étnica» que afecta a la primera generación deja de existir para la segunda. En otras palabras, la falta de oportunidades laborales derivada de haber emigrado no se transmite a los descendientes.
El riesgo de la segunda generación de inmigrantes, sin embargo, radica en su sobreexposición a entornos empobrecidos. La pobreza infantil en España afecta a algo más de uno de cada cuatro menores, pero la incidencia alcanza al 50% cuando son de origen inmigrante. Actualmente un tercio de los menores en nuestro país son inmigrantes de primera o de segunda generación. En otras naciones con una larga tradición inmigratoria algunos grupos de la segunda generación se problematizan como resultado de la combinación de entornos empobrecidos con experiencias de exclusión. Se sabe que las conductas delictivas de esos jóvenes inmigrantes obedecen fundamentalmente a su posición social, no a su origen étnico.
Actuar sobre la pobreza infantil en España es urgente, aunque requiere personalizar las medidas según la población. Los menores de origen inmigrante son especialmente vulnerables por vivir en familias con escasos recursos, si bien las causas de su situación difieren parcialmente de las que afectan a los menores de origen nativo también en riesgo de pobreza. Los hogares con menores inmigrantes se sustentan en adultos que se enfrentan a barreras directamente conectadas con el proceso migratorio, como la devaluación de los títulos educativos, el desconocimiento del idioma, la pérdida de capital social, los cambios en el estatus legal o la discriminación por motivos étnicos.
La cohesión social en nuestro país pasa en buena parte por atajar las anteriores dificultades mediante políticas específicas. Estas medidas servirán para mitigar los costes derivados de haber emigrado, pero también para que los hijos de los inmigrantes crezcan en un entorno que no los marginalice doblemente, es decir, por su origen inmigrante y por su origen social. Es ingenuo pensar que los inmigrantes que residen en España son meros trabajadores. Ellos y sus familias aspiran como cualquiera de nosotros a crecer y emprender también proyectos personales.
Centrar la discusión en lo realmente importante es más necesario que nunca si queremos aprovechar al máximo los beneficios de la inmigración y minimizar sus potenciales efectos negativos. Por ejemplo, dirigir toda la atención al caso de los menores extranjeros no acompañados puede ser útil como estrategia política, pero no deja de ser chocante teniendo en cuenta el peso relativo de este grupo dentro del colectivo de menores de origen inmigrante. Reflexionar sobre la inmigración merece un debate sosegado basado en la evidencia empírica y que escape tanto de los prejuicios que demonizan a los inmigrantes como de escenarios irreales en los que todo es maravilloso.
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