Opinión | Al trasluz
La educación como una de las bellas artes
Si les soy sincera he dudado mucho sobre el tema y el título del espacio de hoy. Por un lado, me podían las ganas de abordar el sempiterno asunto de la corrupción económica y moral en España tras el encabezamiento «¿Qué se puede añadir?», pero he creído que ya estarán ustedes lo suficientemente hastiados de la cuestión como para dedicarle unos breves minutos del domingo a tan lamentable asunto.
En todo caso, les confieso que la tesis principal podría resumirse en un escueto mensaje dirigido a un buen número de políticos nacionales y a algunos no nacionales, algo así como: «Váyanse ustedes tranquilos, el país y sus habitantes les agradecen sus esfuerzos y su marcha». Parece demostrado que si se entra en política porque se carece de otro medio de vida o porque resulta una vía relativamente fácil para conseguir privilegios y prebendas, amén de un escenario proclive al culto a la vanidad, el resultado visto por los administrados es, como poco, manifiestamente mejorable. Quede dicho esto cuando menos, pues no me quedaba tranquila si no hacía mención, aunque fuese tan someramente, a una de las debilidades más evidentes de nuestra democracia.
Me vienen a la memoria las inquietantes pero atinadas palabras de Erica Benner cuando dice: «No debemos esperar de la democracia más de lo que permite nuestra naturaleza humana». Ante lo cual yo me pregunto: ¿es que la naturaleza humana de ciertos políticos españoles es distinta a la de sus colegas de otros países?, ¿o es la naturaleza de todos los españoles la que es distinta?, ¿o tal vez la cosa vaya de la escasa convicción en la existencia y defensa del bien común? En nuestro país, muy por encima de la sociedad en su conjunto prima la familia.
Como en otras culturas latinas, el peso de la familia es muy superior a cualquier otra forma de vínculo o grupo. Y lo es hasta tal punto que, a juzgar por los hechos, puede llegar a distorsionar la perspectiva de lo aceptable e inaceptable dando por buenas todas aquellas acciones y gestiones que sean en pro de la estirpe. Sospecho que eso tiene mucho que ver con una idea sesgada del respeto. Solemos, cortos de miras, pedir respeto para nosotros y los nuestros, sin reparar que, o la cosa es vista con mayor anchura de miras o siempre andaremos enredados en las mismas marañas.
Creo que no muy alejado de ese asunto anda el de la educación. Es recurrente la queja a propósito de cómo la mala educación campa a sus anchas, de cómo la pérdida de las formas e incluso de un cierto sentido del decoro ha aumentado exponencialmente.
-Soy consciente de que puedo ser tildada como mínimo de antipática y como máximo de retrógrada por verter esta opinión, pero es mi opinión y creo mi deber defenderla-. Pues bien, decía que existe un común denominador entre la corrupción moral y económica a la que aludía y el deficiente civismo y cortesía que para mal de todos adereza nuestros días.
No digo, por supuesto, que se trate de acciones de igual entidad o que su gravedad sea de envergadura pareja, lo que digo es que ambos supuestos comparten algo: la falta de respeto por el otro en singular y los otros en plural. Y es que, la desconsideración por cuanto no sea lo relativo a uno mismo y a los más allegados se traduce en un desprecio y/o aprovechamiento de lo común que puede terminar bien en sede penal, bien en sanciones administrativas, bien en la destrucción de la paciencia del prójimo y de su menguante concepción sobre la bonhomía del personal. En esta tesitura no se me ocurre nada mejor que traer a Kant a colación.
Bastaría con que nos tomáramos algo en serio dos de sus imperativos categóricos para acabar con unas conductas que no aportan sino flaqueza y desafección. Primero: obra siempre según una máxima que quieras que se convierta en ley universal. Segundo: obra de tal modo que consideres siempre a los demás como un fin en sí mismo y nunca sólo como un medio. Admito que no es ésa la forma en que preferiría abordar la cuestión, aún no han conseguido que pierda la esperanza en que sea la educación la que pilote la vida, poco más se necesita para hacer de ella, la vida, una de las bellas artes. Seguro que si unos cuantos lo vemos y vivimos así el alcance de los efectos convencerá para que sean más los que pongan el respeto en el lugar que la vida pública, pero también la privada, requiere y reclama.
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