Opinión | EL ARTÍCULO DEL DÍA
¡Ciudadanos, rebelaos!
Como ciudadano, me rebelo. Y sugiero la rebeldía a la ciudadanía. Estoy harto. La escalada de violencia política no cesa. Ya está bien de atropellos verbales, retóricos, retorcimientos de ideas, críticas exacerbadas, calumnias, difamaciones, gritos y gestos llenos de ofuscación mental. Es una vergüenza que esto se produzca en los parlamentos, en las instituciones del Estado, en la radio, en las televisiones, en los periódicos, en las redes sociales y en cualquier lugar y ámbito donde determinados adeptos se desgañitan ostentando una furia interior que desencadena un cúmulo de improperios y crueldad hacia quienes consideran que son sus enemigos. Me refiero a personas que todos conocemos, los vemos diariamente en los medios de comunicación, pertenecen al poder político, ejecutivo, judicial, partidos en el gobierno y en la oposición... y adláteres que viven de esta pirotecnia.
Yo me rebelo contra quienes adoptan actitudes sectarias, que solo ven la mota en el ojo ajeno, pero no ven la viga en el propio. Me rebelo contra los sofistas de nuestro tiempo, que retuercen las ideas en la dialéctica contra sus adversarios, sabiendo que en ello les va la vida, porque así se ganan las lentejas: unos, como políticos, asesores y cargos directivos; otros, como intelectuales y periodistas que van por las emisoras de radio, por los platós de televisión y por las páginas de opinión de los periódicos defendiendo lo indefendible. Los ciudadanos no somos tontos, nos damos cuenta y comprobamos cómo estos adeptos partidistas e ideológicos radicales no buscan la verdad, solo utilizan la pluma y el micrófono para denigrar al partido contrario, al que desean eliminar sea como sea.
Es un error grave que la información y la opinión que se recibe provenga solo de pensadores dependientes de un poder político o de adeptos a un determinado espectro ideológico ya que su intención suele ser aviesa. Es necesario contar con personas ecuánimes, que tengan un espíritu crítico, basado en la libertad, la dignidad y la responsabilidad en sus opiniones y argumentos. Por eso, yo llamo a la rebeldía. Necesitamos desenmascarar a los enfermizos y putrefactos sujetos que se amparan en la democracia para vomitar por sus fauces todo tipo de maldades que intoxican el ambiente social. Todos sabemos que la crispación que se produce en los entornos y en los cenáculos del poder tiene influencia en los ciudadanos y en nuestra democracia.
Tenemos que defender la autonomía de la persona frente a la manipulación de los poderosos, luchar para que los valores humanos estén por encima de la barbarie, vencer a quienes quieren imponernos dogmas ideológicos y postulados sociales, esos que, desde la política, la economía y la intelectualidad, se constituyen en ese gigante Goliat que se jacta de sí mismo, que pisotea nuestras conciencias y nos sume en un pésimo psiquismo que afecta a nuestra convivencia.
Sí, llamo a la rebeldía de los ciudadanos, aquellos que cada día nos levantamos bien temprano para ir a trabajar, para sacar a nuestros hijos adelante, para ganarnos la vida honradamente, para educar a nuestros hijos, para ofrecerles y garantizarles una sociedad justa, armónica y democrática.
La rebeldía que propongo consiste en tomar conciencia de la realidad social y política de nuestro tiempo, descubrir el engaño al que estamos expuestos, considerar que la educación es el mejor antídoto contra la neurosis sociopolítica y contra los atropellos que nos producen quienes actúan en el circo mediático de la confrontación. No se trata de una rebeldía agresiva o injuriosa, tampoco hay que levantarse en masa con las armas en la mano. La rebeldía que propugno es esa energía interior que cada uno tenemos que alimentar en nuestra mente y en nuestro corazón para que en el vivir cotidiano no se instale la mentira, la maledicencia, la injuria. Creo en la educación como una acción de rebeldía que promueve los valores personales y sociales, que busca con afán ese crecimiento de la persona que nos humaniza.
Por eso, propongo: ¡ciudadanos, rebelaos!
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