Opinión | SALA DE MÁQUINAS

Corrupción

A pesar, o a base –según se mire–, de esa incesante corrupción que en España nunca deja de ensuciar nuestra vida pública (siempre hay un nuevo caso que invita a olvidar al anterior), la opinión española se va acostumbrando, o resignando, a que desde las instancias cercanas al poder político se abuse de los medios materiales del patrimonio público. Desde los cientos de millones embolsados por la familia Pujol y misteriosamente desaparecidos, a los repartos de Bárcenas o a los apaños de Koldo un verdadero río de dinero sucio se ha visto enfangado todavía más por las cloacas del delito. La gente tiene la sensación de que en esas aguas revueltas hay tantos pescadores como millones desvanecidos. Muy de vez en cuando, alguno de estos chorizos es denunciado o detectado, investigado, detenido, juzgado y condenado a algunos años de cárcel. Que, si tiene suerte, se verán reducidos por buen comportamiento o por el mejor hacer de sus abogados. Otros, más afortunados aún, se irán de rositas.

¿Es así en otros países? Probablemente en muchos también, aunque seguramente no en todos. Veamos un par de excepciones, a modo de ejemplos.

El primero se describe en La luz del norte, la última novela de un japonés, Hideo Yokoyama. A uno de sus personajes, director de un estudio de arquitectura, se le acusa de haber pagado el taxi, unas copas y una entrada de un partido de fútbol a un concejal del que dependía la concesión de una adjudicación de obra pública. Un taxi, unas copas, una entrada... ¿De cuánto dinero estamos hablando, de trescientos euros? Dado lo modesto de la cifra, en este caso no sería tanto el monto económico sino su intencionalidad, lo que se penaría como corrupción a un funcionario. El arquitecto no puede resistir la acusación y se suicida.

La segunda excepción pudimos verla en Gran Torino, film protagonizado por Clint Eastwood en el papel de un exmarine que se acusaba a sí mismo de no haber sido honrado con su país, por haber trucado su declaración fiscal, dejando de declarar una charla de veteranos de guerra por la que le habían abonado trescientos dólares. Su conciencia le remordía por cada dólar defraudado.

Puntos de vista muy severos sobre la corrupción... ¿El nuestro es más tolerante?

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents