Opinión | SALA DE MÁQUINAS

JUAN BOLEA

Ópera y danza

El pasado fin de semana, el Teatro Principal de Zaragoza dedicó su programación a la danza contemporánea y a la ópera clásica.

En la disciplina de ballet fue condecorado con la medalla al Mérito Cultural, concedida por el Gobierno de Aragón, Víctor Ullate, uno de los más grandes bailarines que ha dado nuestro país y un orgullo para la comunidad aragonesa, que lo ha apoyado desde sus inicios, cuando aquel adolescente que había sido el primer alumno en entrar en la escuela de María de Ávila, donde hasta la fecha eran todo alumnas, se postuló como lo que iba a ser: un genio de la danza. En sus comienzos, el joven Víctor bailaba jota y admiraba a Antonio el bailarín y a Gades, pero su formación y, sobre todo, su encuentro con Maurice Béjart, le orientarían a la danza clásica. Primero como intérprete, después como coreógrafo y creador de una compañía, su manera de bailar y plasmar piezas originales pasaron a ser un estilo. Buena parte de su trayectoria e historia, de su evolución y personalidad ha sido recogida por Elena Cid en un largometraje documental —Ullate, la danza de la vida— que vale la pena ver. En sus imágenes admiramos los primeros pasos de Ullate sobre los escenarios, cuando volaba bailando El Pájaro de Fuego y otras piezas clásicas o contemporáneas que Béjart y otros grandes coreógrafos crearon para él.

Asimismo en el Teatro Principal se estrenó una nueva y magnífica versión de Lucía de Lammermoor, la ópera romántica que Donizetti, inspirándose en una novela de Walter Scott, compuso en 1835 y que, desde entonces, no ha dejado de representarse con gran éxito, Esta versión, creada por Joan Anton Rechi, contó con la orquesta del Reino de Aragón, dirigida por Ricardo Casero, y con el Coro Amici Musicae, que sonaron a un alto nivel, así como con las voces protagonistas de Leonor Bonilla, Damián del Castillo y Leonardo Sánchez, entre otras, encarnando a los personajes de Lucía de Lammermoor.

El público disfrutó enormemente con la puesta en escena, con la tragedia de la protagonista, obligada a casarse en contra de su voluntad y, sobre todo, con la calidad del centenar de artistas que se conjuraron para regalar a Zaragoza una velada operística de primer nivel.  

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