Opinión | sedimentos

Cien años de radio

La radiodifusión en España ha cumplido cien años. Amenazada de muerte por el advenimiento de nuevas formulas de comunicación, como la televisión o internet, la radio no solo ha perdurado, sino que parece gozar de excelente salud. La radio fue, ya desde sus primeras emisiones, una ventana abierta al mundo por la que paulatinamente se asomó al exterior un público heterogéneo; cuando los receptores se hicieron más asequibles y portátiles, se incorporó como oyente una generación donde analfabetismo e incultura tenían un peso enorme, en especial en el ámbito rural y entre las mujeres. La radio proporcionaba información, conocimiento, entretenimiento y mucho más, pero sobre todo ofreció compañía, merced a una cualidad inestimable: su compatibilidad con la realización de otras tareas. Voces sin rostro, hoy en nuestro recuerdo, se tornaron extremadamente populares, como las de Matías Prats, Bobby Deglané o Alberto Oliveras, así como su fecundo legado, personificado en locutores ya más reconocibles, como José María García, Luis del Olmo, Carlos Alsina y tantos otros de enorme prestigio. Tertulias, divulgación científica y, obviamente, información de calidad tienen en la actualidad un renovado protagonismo en los espacios radiofónicos.

Teatro y literatura gozaron de una magnífica difusión a través de las ondas. Desde Lope de Vega a Galdós, o de Calderón a Pirandello, el eco antes inaudible de unas obras desconocidas para muchos oyentes, llegó hasta el último rincón del país; hoy voces más cercanas, como la de Ana Segura en Aragón Radio, tan vinculada a las letras aragonesas, persiste en la labor de renovar día tras día tan hermosa función.

Tanto la radio como la prensa poseen gran capacidad para hacer buen periodismo, misión sagrada e imprescindible en la peligrosísima hipérbole de desinformación y bulos malsanos que padecemos.

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