Opinión | al trasluz

¿Qué es un demócrata?

La combinación de normativa y aritmética, devenida por momentos en ingeniería electoral, se ha convertido en la principal preocupación de los aspirantes a gobernantes

No hace tanto tiempo era mayoritaria la opinión de que los riesgos y peligros para la democracia provenían y provendrían del exterior. Gracias a Karl Popper supimos que la sociedad abierta tenía grandes antagonistas, a saber: el historicismo, el colectivismo, el positivismo ético y el relativismo. Aunque no sólo se ocupara de ello, su pensamiento incluía una contundente crítica al marxismo, entendido como enemigo público número uno de las sociedades abiertas. Pero, ¿cuál es la baliza que separa a las sociedades abiertas defendidas por él de las cerradas? En su opinión todo gira en torno a la libertad de crítica, libertad de crítica racional se entiende, pues sólo a través de ella y gracias a ella se produce una apertura gradual que despeja el camino a teorías, perspectivas y valoraciones que permiten una reformulación de las leyes y tradiciones acorde con las necesidades que los individuos y las sociedades van manifestando. Frente a esa disposición y predisposición a las aportaciones ajenas se hallarían los totalitarismos. Éstos, cerrados por definición a cualquier intento de crítica o censura, se caracterizan, sea cual sea su sesgo ideológico, por calificar y tratar siempre como ataques injustificados y conatos ilegítimos de destrucción a toda objeción o reprobación, siendo en consecuencia, merecedores de los castigos ejemplarizantes previstos ad hoc. Desde todos los puntos de vista posibles Popper fue un gran defensor de la democracia como sistema de gobierno, pero no de cualquier democracia. A nadie se le escapa que el concepto de democracia puede actuar como una pantalla que, bajo el amparo de legitimidad y legitimación que el propio término le aporta, goza poco menos que de patente de corso para hacer y deshacer a su antojo evitando cualquier reproche de arbitrariedad y/o absolutismo. Pero, ¿qué democracia entonces? Se enfoque el asunto desde los diversos regímenes electorales existentes o desde las variadas teorías filosóficas, jurídicas y políticas sobre la democracia hemos tendido a articular todo lo concerniente a ésta alrededor del eje que responde a la pregunta de quién debe gobernar. La combinación de normativa y aritmética, devenida por momentos en ingeniería electoral, se ha convertido en la principal preocupación de los aspirantes a gobernantes. Sin embargo, el vincular todo el proceso de la formación de gobierno a la selección de los titulares y dispensadores del poder puede llegar a ser, a juicio de Popper y a todas luces vista, destructivo en la medida en que desvirtúa y menoscaba lo que debiera estar en el centro del debate: la elaboración y preservación de las reglas que posibiliten el mejor gobierno posible. O, dicho de otro modo, cómo conseguir que, una vez alcanzado el poder por medios democráticos, no se produzcan tentaciones, atajos o desviaciones hacia modalidades tiránicas que la democracia había tratado de impedir. Esa inquietud de Popper nos puso sobre la pista de que la hostilidad hacia las sociedades abiertas y las democracias no siempre, ni necesariamente, proviene del exterior, también la democracia puede dormir con el enemigo. ¿Acaso no ése uno de los males que puede diagnosticarse hoy a poco que se observen ciertos ejemplos y prácticas democráticas? Es probable que los detractores de Popper utilicen la baza de su liberalismo para rebatir sus argumentaciones, por ello tal vez convenga traer también a colación los razonamientos de alguien a quien no sería muy difícil ubicar en sus antípodas ideológicas, me refiero a Albert Camus de quien tomo y hago mía su noción de demócrata. «No hay, quizá, ningún régimen político bueno, pero la democracia es, con toda seguridad, el menos malo. La democracia no puede separarse de la noción de partido, pero la noción de partido puede muy bien existir sin la democracia. Eso ocurre cuando un partido o un grupo de hombres cree poseer la verdad absoluta. Por eso, el Parlamento y los diputados necesitan hoy una cura de modestia. Demócrata, en definitiva, es aquel que admite que el adversario puede tener razón, que le permite, por consiguiente, expresarse y acepta reflexionar sobre sus argumentos». Hoy, en 2024 como cuando Camus las pronunciara en 1947, suenan a consideraciones anticuadas, o mejor intempestivas, quizás por ello sean tan necesarias.

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