Opinión | editorial

El turismo en Aragón, más allá de la estadística

El turismo en Aragón está viviendo un momento dulce, este año apunta a un nuevo récord de visitantes y tiene en cartera un buen número de proyectos millonarios a ejecutar que aumenten los alicientes para atraer a más turistas en los años venideros. Atrás parece haber quedado ya la pandemia del covid que tanto daño hizo a este sector y el presente ofrece un público potencial que parece más dispuesto a invertir en su ocio y disfrute. Una clientela que quizá redescubrió con esa misma pandemia y por el miedo a la masificación de los destinos de costa, los encantos de los destinos de interior, entre los que la comunidad se ha hecho fuerte aupándose hasta ser la segunda más visitada de España tras la poderosa Madrid. Esa nueva vida que ha emprendido el territorio aragonés le sitúa en cifras históricas, con una estadística trabajada desde hace décadas y por varios gobiernos, pero que no se detiene en la autocomplacencia y traza ya su estrategia para seguir creciendo. De ahí las inversiones repartidas, desigualmente, por varias zonas y aprovechando la inyección económica de los fondos europeos, pero también la apuesta por ampliar el horizonte del aeropuerto de Zaragoza, esa puerta de entrada para el público internacional más allá del habitual vecino francés, para atraer más rutas y quizá una base permanente de una aerolínea con músculo y destinos que empezar a explorar. También de esa estrategia viene la gira americana para vender Aragón al público latinoamericano, objetivo diana a conquistar para este Gobierno actual –por su afluencia a España, en otras ciudades, y sobre todo el dinero que dejan en caja–, para echar sus redes en un mercado interesante.

Pero el debate sobre el turismo en Aragón no puede quedarse en el mero análisis de las cifras. Sería muy tentador creer que cuanto más dinero se invierta en el Pirineo, o si solo se invierte en él, más crecerá esa estadística y más récords llegarán. O que cualquier proyecto cabe en zonas donde el entorno natural también debería tener algo que decir y respetarse, véase la conexión fallida por telecabina de las estaciones de esquí de Candanchú y Formigal por Canal Roya. O que todas las apuestas de la DGA fueran dirigidas al sector que más visitantes atrae y empleo mueve, como el de la nieve, clave en el PIB aragonés, muy necesitado en los últimos años de impulso político y, más que eso, de nieve.

El turismo en Aragón está casi obligado a crecer de forma ordenada, sostenida en el tiempo y en el espacio, y con la misma hoja de ruta de siempre: diversificar la oferta para que lo haya todo el año y en todos sus rincones. En ese esquema, quizá haya faltado más coordinación entre administraciones, para que la oferta de la comunidad sea algo global que se vende de forma conjunta y no en función de quién sea la institución competente. Y, en ese sentido, darse cuenta de que Zaragoza también puede hacer más por el resto del territorio, y no hacer la guerra por su cuenta. O que, en definitiva, transmitir que Aragón, como ha quedado comprobado muchas veces, es tierra de buena gastronomía, buen vino, buena montaña y buenos paisajes, buenas tradiciones y capacidad para albergar grandes eventos... ¿Estamos seguros de que en otras partes del mundo saben que todo esto existe aquí?

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