Opinión | SALA DE MÁQUINAS
Corrupción
La sombra de la corrupción, como la del ciprés de Delibes, es alargada. Se cierne sobre el gobierno, pero no es nada nuevo. ¿Lo es que la tierra, en su rotación, arroje sombras allá donde el sol se ve interceptado?
La mayoría de los gobiernos de la Transición han caído por la corrupción. Las malas prácticas con el dinero público acabaron con Felipe González, con Aznar y Rajoy, y amenazan ahora a Pedro Sánchez. El español de a pie puede soportar muchas cosas, pero no que unos cuantos granujas como Juan Guerra, Roldán, Zaplana, Bárcenas o Ábalos metan la mano en la caja pública. Si eso se demuestra, y si el señor X que les ha nombrado, ampara, protege y silencia es a la vez presidente del gobierno y de su partido, la puerta de salida de la política se abre.
Hay muchas maneras de corromperse en los oficios públicos, pero básicamente, como los mandamientos, se resumen en dos: hacerlo para las siglas o bien para uno mismo. En el primero de los casos existe una vaga justificación corporativa, incluso estructural. Si es verdad que los grandes partidos son a la vez cimientos de la democracia, para no dejarlos hundirse o caer bien habrá que pagar sus gastos de mantenimiento (sedes, secretarios, factura de la luz, campañas…). Sin embargo, en el segundo de los casos, el del enriquecimiento individual, no hay la menor excusa. Siendo tan delictiva como la fórmula anterior, resulta todavía más repugnante a ojos de la opinión pública, para la que deviene insoportable el enriquecimiento de sinvergüenzas como tantos que han desfilado por los Juzgados en los últimos años.
Para combatir la corrupción y su infinita ristra de sobornos, venta de información privilegiada, enchufismo, hombres de paja y corruptelas múltiples existen las leyes. Para ejercerlas están los fiscales y jueces, quedando para los abogados la defensa de la presunción de inocencia de los acusados, no siendo todos, ni mucho menos, culpables. No hay que inventar mecanismo alguno de investigación, instrucción penal o juicio, sino poner en su debida práctica los ya existentes, evitando que la lentitud de la justicia sea un obstáculo en la lucha contra la corrupción, y plantándole cara con decisión. Si en nuestra mano está erradicarla, ¿por qué nos invade?
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