Opinión | SEDIMENTOS

Océanos de plástico

Las grandes abismos marinos, prácticamente inexplorados, constituyen las zonas menos conocidas del planeta. Después de Piccard en 1960, apenas unos pocos hombres han conseguido llegar al fondo oceánico, como James Cameron (el director de Titanic) en 2012 y Victor Vescovo el 28 de abril de 2018; justo tres años después, en misión de rescate, lo hizo un español, Héctor Salvador. Todos ellos observaron maravillados la insospechada presencia de una vida abisal variada y abundante, en la cual, además de tanto animalito, nadaba también alguna que otra especie ignota y… ¡oh, sorpresa, bolsas de plástico!

Al hombre le ha costado mucho esfuerzo, tiempo y dinero llegar tan profundo, nada menos que once kilómetros bajo el agua; a los plásticos, parece que les resulta bastante más fácil. Se ha detectado la presencia de microplásticos en la práctica totalidad de organismos acuáticos. Somos lo que comemos: pez grande se come al chico, el ser humano se nutre de pescado; así que todos acabamos con plástico en el estómago. La cadena trófica es implacable.

Agricultura comercial, ganadería intensiva y acuicultura, propias de las grandes explotaciones y cadenas de distribución, junto al hábito de sustituir la compra diaria en tiendas de barrio por la visita normalizada al súper… todo prima el consumo de productos envasados y el desecho de residuos plásticos cuyo destino final es el vertedero o el mar. Cuando, por su elevada huella de carbono, son cuestionadas muchas de las medidas presuntamente eficaces para luchar contra la contaminación y los efectos del calentamiento global, aún existen razones para confiar en la validez del reciclado de envases, conducta ya muy generalizada gracias a un elevado nivel de implantación social. Si algo falla todavía en el reciclaje, no es precisamente la contribución decidida de los consumidores.

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