Opinión | SALA DE MÁQUINAS

JUAN BOLEA

‘Aragón Valle’

La llegada de la gigafactoría a Figueruelas supone la guinda al pastel tecnológico que nuestra Comunidad, el nuevo Silicon Valley, Aragón Valle, se está zampando a dos carrillos.

Este viejo término municipal de Zaragoza que para nada servía, rodeado de inútiles «acampos» o «campicos» donde Goya salía a cazar conejos o donde se rodaron películas de indios y romanos se está convirtiendo en una galaxia de contenedores cibernéticos, almacenes de computación y nichos de ordenadores tan potentes que un cerebro humano parece a su lado el de un escarabajo patatero.

Desde el aire, si se sobrevuela el área industrial de Épila a Plaza, de La Puebla a Alfajarín, de La Muela a La Almunia se ven muchos más molinos y huertos solares que en ninguna otra parte de España. En medio de esos múltiples generadores de energía, transformadores de un paisaje desértico en otro lunar, pero de lunas conquistadas por la estación interplanetaria y los astronautas de Silicon Valley, discurre el Ebro, capaz, con sus caudales, de regar estas huertas térmicas y enfriar los termostatos de pisos de ordenadores que solo su dios creador sabe lo que contendrán, qué datos, cuántos, qué imágenes, cuántas, qué informaciones, cuántas y sobre todo... ¿de quiénes?

Con todos esos cables, pantallas, baterías y microchips han llegado los nuevos empresarios, dueños o ejecutivos de multinacionales en las que, como en los antiguos imperios, no se pone el sol.

Ninguno de los grandes jefes es español. Son, como las empresas a las que representan, y de las que cobran el salario de uno de sus empleados, pero multiplicado, como poco, por cien, chinos, americanos, ingleses, franceses... Van a contratar, claro, a ingenieros españoles, operarios, administrativos y técnicos aragoneses, pero está por ver por cuánto, si sus salarios tendrán más que ver con el primer que con el tercer mundo, con Alemania o con esos países africanos donde las grandes compañías tienen previsto, antes o después, deslocalizarse. Siendo de esperar que no sigan la cicatería tradicional de la planta de Figueruelas, renuente a patrocinar nada, está asimismo por comprobar qué grado de compromiso mostrarán con las necesidades sociales y culturales de la gran capital, Zaragoza, que les acoge.

Grandes noticias y éxitos, sí, pero también dudas...

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