Opinión | DELANTE DE TUS NARICES
Te veo tebeo
Cuando tenía 12 años, mi abuela me preguntó a qué pensaba dedicarme y yo respondí, para su disgusto, que a ser dibujante de cómics. Degenerando, como diría Miguel Ángel Aguilar, llegué al periodismo, pero me he acordado de esa vocación estos días, al leer sobre la nueva edición del Salón del Cómic de Zaragoza, que concluye hoy. Entre los protagonistas está el Taj Mahal, la librería de cómic más antigua de España, que ha cumplido 50 años. No fue el primer sitio donde compré o leí tebeos: en el kiosco de la calle Lorente mi padre me compraba el Jabato y alguna vez me traía del VIPS un Tintín o El sargento Kirk, de Hugo Pratt y H. G. Oesterheld. Los periódicos llevaban suplementos de tebeos. Mis primos tenían la colección entera de Astérix y muchos ejemplares de Superhumor. Mi tío Paco, que vivía en Barcelona, me traía cómics que compraba en el mercado de Sant Antoni: mi favorito era El teniente Blueberry. En casa de mis abuelos, junto a los libros de la carrera de veterinaria de mi tía, había revistas de mi tío: algunos días leía clasificaciones de razas de vacas y otros El Víbora y Torpedo.
En esa época Ediciones B sacaba muchos tebeos: estaba la revista Co & Co, y cómics como los de Carlos Sampayo, el Drácula de Mike Mingola o Dylan Dog, que venía avalado por Umberto Eco. Eco escribía un prólogo a La balada del mar salado: después de que mi padre me hubiera regalado la última entrega de la revista Corto Maltés se había convertido en mi personaje preferido. Fui un par de veces con mi tío y mi hermana al Salón del Cómic de Barcelona. Ángel Cajal, que sustituía a mi madre como médico en vacaciones y me dejaba tebeos, me habló del Taj Mahal. Me dijo que su tebeo favorito de Hugo Pratt (mi ídolo) era Verano indio, dibujado por Milo Manara, y cuando se lo pedí a mis padres como regalo de cumpleaños el pobre estaba avergonzado: no era para niños.
Vivíamos en un pueblo, pero los fines de semana veníamos a Zaragoza y quedaba con mi amigo Abel, e íbamos al Taj Mahal: sin dinero y solo para mirar, salvo si era mi cumpleaños. A él le gustaban los superhéroes. Los dependientes tenían un aire a los ayudantes de John Cusack en Alta fidelidad. Pasaban nervios con los jóvenes. Luego perdí la vocación y parte del interés, aunque alguna noche sueño que voy a una tienda de cómics. Con Félix Romeo pasábamos a menudo por El coleccionista. En un kiosco de Torrero encontramos ejemplares de Lauzier.
A los dos nos gustaba Cutlas, que le encanta a mi hijo. En el 94 o 95 un primo de mi abuelo, David Gascón, me encargó un cómic sobre el deterioro del medio ambiente para acompañar un libro de texto. Me dio un par de personajes y yo dibujé la historieta. El libro nunca salió, pero un día David vino a casa de mi abuela y me dio diez mil pesetas, que me gasté esa misma mañana en el Taj Mahal.
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