Opinión | EDITORIAL
La moda también tiene objetivos para 2030
La Unión Europea mantiene un amplio programa de acción en materia de medio ambiente sincronizado con los objetivos marcados por las Naciones Unidas con el año 2030 como horizonte, con resultados concretos a conseguir que comprometen a sus socios y que marcan el rumbo a seguir en ámbitos tan diversos como el volumen de emisiones, de generación de energías limpias, de contaminación del aire, eficiencia energética, electrificación, movilidad, implantación de economía circular, tratamiento de residuos... En cada política concreta a nivel nacional, regional o global son esos hitos los que marcan, o deberían marcar, el camino; y también las decisiones de consumo que como ciudadanos, clientes o usuarios de servicios deberíamos adoptar para hacer realidad todo ese conjunto de medidas sin las cuales el objetivo general, haber reducido dentro de cinco años las emisiones de gases de efecto invernadero en un 55% respecto a 1990, sería una quimera.
Es obligado también poner el foco en la moda, que a nivel global figura entre una de las que más impacto ambiental tiene, en un mismo orden de magnitud que otras como la construcción, el transporte o la ganadería. El impacto ambiental de un simple par de pantalones vaqueros, por ejemplo, implica el consumo de 8.000 litros de agua y la emisión de 13 kilogramos de CO2. Las cadenas de producción de moda ultrarrápida generan descartes que se acumulan en vertederos o son incinerados.
También la UE tiene una hoja de ruta en este aspecto, que busca reducir la sobreproducción y sobreconsumo de moda efímera apostando por productos duraderos y reciclables, y que puedan integrarse en un proceso de economía circular haciéndolos reparables, reutilizables. Algunas empresas, incluso las de mayor tamaño y señaladas a menudo como las más visibles, empiezan a aplicar iniciativas que normalizan prácticas como la reutilización de prendas de segunda mano. Pero nada de eso sirve si a su lado siguen surgiendo nuevos modelos de negocio que pasan de la pronto moda a la ultra fast fashion, exacerbando un modelo que las posibilidades de envío rápido y devolución sin objeciones que permite el comercio electrónico no hacen más que multiplicar.
Algunas de las recetas que se plantean son aplicables solo a nichos de mercado minoritarios para compradores de poder adquisitivo medio o alto. Con eso tampoco basta: que las medidas ambientales se asocien a sobrecostes difícilmente asumibles por muchos ya ha empezado, en otros sectores, a alimentar reacciones de rechazo y fácilmente instrumentalizables. El lema de comprar menos, más caro, de más calidad y más duradero no siempre puede funcionar. Debe ir acompañado de medidas de reciclaje y de un cambio cultural en el que reparar o reutilizar en lugar de tirar vuelva a ser habitual. Hay mucho trabajo por hacer: un ejemplo es lo que sucede con las generaciones más jóvenes, en las que conviven desde la normalización cada vez más generalizada del uso de ropa de segunda mano hasta los patrones de compra compulsiva a bajo precio que resultan tan atractivos como ambientalmente insostenibles.
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