Opinión | editorial
La UE, a la espera de Alemania
El canciller de Alemania, Olaf Scholz, logró ayer lo que se proponía: perder en el Bundestag una moción de confianza para convocar elecciones anticipadas el 23 de febrero. Era una maniobra calculada sobre cuyos resultados cabían pocas dudas vista la continuidad imposible del Gobierno desde que el canciller prescindió en noviembre del liberal Christian Lindner, que ocupaba la cartera de Finanzas. Si nunca dio sensación de solidez la coalición tripartita –socialdemócratas, liberales y verdes– que siguió a las legislativas de 2021, la divergencia entre Scholz y Lindner en torno a la orientación de la economía para sacar al país de la recesión y la crisis industrial apuntilló al Gobierno. «No podíamos seguir así», dijo Scholz a modo de resumen de la incompatibilidad de su proyecto expansivo –inversiones públicas en infraestructuras y servicios– con la austeridad propugnada por Lindner a pesar de sus costes sociales.
Ha trasmitido el canciller con harta frecuencia la imagen de un gestor dubitativo en asuntos clave como el apoyo a Ucrania, el papel de Europa en la crisis de Gaza, la gestión de los flujos migratorios y otros ámbitos en los que la posición de Alemania es determinante, pero no ha dudado un instante a la hora de acogerse a la única forma de adelantar las elecciones, según dispone la Ley Fundamental de 1949. A pesar de que deberá remar contra unas encuestas en contra y con una división patente en el seno del SPD por su Scholz. Así pues, el partido afrontará la campaña en la peor de las situaciones posible. Pero acaso la mayor debilidad de los liberales en los mismos sondeos –pueden no alcanzar el 5% que les permitiría seguir en el Parlamento– otorga cierto margen de maniobra y esperanza al jefe de Gobierno.
Otros cancilleres recurrieron en el pasado a ese recurso constitucional para liquidar el Gobierno, pero esta es la primera vez que lo hace alguien que está muy lejos de poder aspirar a un formar un Ejecutivo. Imposible solo con los verdes, más que improbable la gran coalición con los cristianodemócratas con él al mando y esfumada desde hace años de realidad política alemana la posibilidad de gobiernos monocolores. A lo que debe añadirse la incógnita del fondo de votantes que mantiene la extrema derecha y la capacidad de Alternativa para Alemania de pescar en los caladeros de la CDU-CSU, del SPD y del Partido Liberal. Un asunto capital, especialmente en los länder del este.
El paso dado por Scholz es de una enorme trascendencia para el futuro inmediato de la Unión Europea, que tiene desde hace meses sus dos grandes motores gripados: Francia y Alemania. Es una situación en cierta medida insólita que se completa con una Comisión que ha echado a andar hace pocos días y solo después de superar tiranteces entre bloques desconocidas hasta ahora. Las instituciones europeas, más allá de su reconocido margen de autonomía, entran en una etapa de cierta parálisis hasta que París y Berlín, por diferentes caminos, recuperen la estabilidad, condición primera para poder adoptar grandes decisiones. Y en este punto, promete hacerse larga la espera de una Alemania liberada, en el mejor de los casos, de las dudas que ahora la atenazan y que no se resolverán hasta que, probablemente en primavera, un nuevo Gobierno ocupe el puente de mando.
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