Muera la ‘intelligentsia’

¿Conocen a Paul Krugman? Este profesor de la Universidad de Princeton y de la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres obtuvo en 2008 el Nobel por sus determinantes aportaciones a la «Nueva teoría del comercio y la nueva geografía económica». Ha culminado sus colaboraciones en The New York Times, con un título bastante revelador: «Mi última columna: encontrar esperanza en una era de resentimiento». Esta mente egregia enseguida fue «ciberlinchada» desde el estercolero X echándole en cara, Elon Musk en cabeza, que no ha hecho más que teorizar y no ha levantado ni una empresa en su vida. Le acusan, además, de que se equivoca en sus pronósticos, como si la economía –ciencia social y, por tanto, dependiente de la imprevisible variable humana– tuviera que acertar siempre. Alimenta esta vesania que Krugman haya sido un persistente crítico contra el neoliberalismo económico que Musk, Trump, Milei o Ayuso quieren imponer en su versión más «libertariana». A estos profetas de la selva social canonizada por Spengler, cualquier propuesta regulatoria o que cuestione la omnipotencia de San Mercado les parece anatema. Para estos nuevos amos del mundo la intelligentsia tiene que estar sometida a sus dogmas, y en parte lo han conseguido llenando las facultades y organismos decisivos de economistas ortodoxos. Así lo denuncia con lucidez el chileno Manfred Max-Neef desenmascarando esta impostura y apostando por una economía del bien común y de la compasión. Esto para los lobos anarcocapitalistas es pura filfa, porque lo único que prima es hacer, emprender y crecer sin límite, siempre según el paradigma –tan teórico y especulativo como los que critican– de las mil caras del neoliberalismo. Estamos en manos de unos indocumentados, pero con altavoces muy potentes, que han hecho de su éxito el único referente y desprecian a la mayoría que queda en la cuneta. La intelligentsia libre, la que piensa por si misma con espíritu libre, también les estorba, como a Millán-Astray.

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