Opinión | SALA DE MÁQUINAS
Ceuta
Entre las nieblas de mi memoria aflora el, para mí, mítico hindú Chandiramani, a quien conocí con poco más de catorce años, en mi primer viaje a Ceuta. Era amigo de mis padres y tenía una tienda en el bazar. Ahora, muchos años después, gracias a los buenos oficios de Sole Bolea, destinada en Ceuta junto con su familia, acabo de tener la oportunidad de saludar a a su hijo Ramesh. El reencuentro tuvo lugar en el templo hindú de la Ciudad Autónoma, situado en una de sus céntricas y limpias avenidas. Ramesh me resumió su vida, los nuevos negocios que habían ido abriendo, así como la actualidad, con razonables índices de prosperidad, de la comunidad hindú radicada en la capital ceutí.
El resto de comunidades, en especial la musulmana, presentan aceptables índices de integración, tolerancia y mutua empatía con la población española, al menos para que la convivencia no se vea alterada por disputas raciales. Diariamente, cientos, seguramente miles de marroquíes pasan la frontera para trabajar en Ceuta en los más diversos empleos. Inversamente, son numerosos los españoles que la cruzan para cumplir sus obligaciones laborales en Tetuán, Larache o cualquier otra ciudad del antiguo Protectorado español. Es el caso de los profesores José Vega y Amal Korir, expertos docentes y profundos conocedores de la historia del Protectorado (tan desconocida, por desgracia, en España, donde nuestros estudiantes no aprenden ni siquiera nuestro devenir reciente).
Otra cosa bien distinta es la emigración ilegal. Cada año, la playa del Tarajal es objeto de deseo de miles de «espaldas mojadas». A la vista de su malecón, que separa Marruecos de España, parece sencillo salvarlo a nado, pero en la práctica no resulta tan fácil. Una patrullera marroquí está siempre de guardia, al igual que destacamentos españoles de Guardia Civil o Policía Nacional. Por otra parte, las corrientes, incluso para los buenos nadadores, convierten en un esfuerzo de horas salvar ese engañoso brazo de mar. A través de las boscosas y montañosas laderas que encajonan Ceuta en su bahía se dan también frecuentes «saltos» de grupos de desesperados. Los centros de acogida y realojo están saturados, siendo el problema de los menores ni mucho menos menor.
Ceuta: tan cerca, tan lejos, tan nuestra...
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