Opinión | editorial

Otra crisis para el Real Zaragoza

Víctor Fernández cerró ayer su cuarta etapa en el banquillo del Real Zaragoza, un adiós siempre difícil, para él y la afición sobre todo, que llega tras una corta estancia de apenas nueve meses, que deja a la entidad sumida en su enésima crisis deportiva después de doce temporadas en Segunda y que desemboca en una decepción aún más profunda por ser él quien es. Además el técnico zaragozano se marcha del equipo de su vida admitiendo su propia incapacidad para remontar la inercia en la que había entrado el equipo y con el duro mensaje del propietario del club, Jorge Mas, de que «el escudo del Zaragoza no le pertenece a nadie» y que en esta situación «no hay víctimas». En realidad sí las hay, son los miles de aficionados que llenan las gradas, los que recibieron en marzo al entrenador que más lejos ha llevado al equipo en su historia con todo el calor y la ilusión que siempre despierta su aterrizaje y los que ahora quedan tocados y sumidos en una nueva incertidumbre por el futuro de su equipo. ¿Hay que tirar la toalla ya y renunciar, a estas alturas de la temporada, a cualquier posibilidad de ascenso? El tiempo lo dirá, y el nuevo proyecto que surja durante las Navidades y que debe empezar a dibujar el máximo responsable de la dirección deportiva, Juan Carlos Cordero, al que se le exime desde la directiva de toda responsabilidad y se le confirma y refuerza en el cargo. Se podría decir que sale indemne por ahora de esta situación tan dramática dentro y fuera del vestuario.

Pero en Zaragoza no es lo mismo que dimita cualquier entrenador a que lo haga Víctor Fernández, el vacío es aún mayor, la decepción parece un poco más complicada de remontar siempre. Aunque ya es la cuarta vez que la afición se enfrenta a esas sensaciones. Y tampoco es lo mismo que él dimita a que lo despidan, porque más allá de la indemnización, que al técnico zaragozano le importa más bien poco en estos casos, está la forma en la que dice adiós. Y la actual es quizá la más dura de todas, saliendo en rueda de prensa tras caer derrotado ante el Oviedo poniendo su cargo a disposición del club y con una firme voluntad de apartarse del proyecto si es necesario porque, admitió, lo he intentado todo y no ha funcionado. Cuando un profesional llega a pronunciar esas palabras, no es que admita el error, es que también reconoce que no sabe qué soluciones encontrar al problema. Es decir, se rinde. Así, es complicado no abrirle la puerta de salida. Es más, sería irresponsable no hacerlo y dejar el equipo en una deriva permanente. Tampoco debió ser baladí para el técnico que, precisamente ese día, el presidente de la entidad, Jorge Mas, estuviera en el palco para dirigirle esas palabras desde la sala de prensa nada más terminar el partido en La Romareda.

Así que el Real Zaragoza debe volver a mitad de temporada a la casilla de salida y en busca de un proyecto que le saque de una crisis deportiva, una más, en el mejor momento de la entidad en lo institucional y lo económico. Para soñar con un ascenso que necesita en un futuro no tan lejano, para que la nueva Romareda empiece a generar ingresos en 2027, cuando esté terminada, compitiendo por fin en Primera División. Así que toca pasar página y recordar que «Zaragoza nunca se rinde».

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